Opinión

El portal del Berbés

Por estas fechas llegó a Vigo una pareja de aparentes indigentes, ella embarazada y a punto de dar a luz, para empadronarse en el Ayuntamiento, como había ordenado el Subdelegado del Gobierno. Dado que había overbooking, y no había plaza ni en el hotel “O Pazo”, tuvieron que instalarse debajo de un puente, alumbrados por las luciérnagas, arrullados por el canto de los grillos y protegidos por un pez espada en descomposición.
El niño nació de milagro, pues como eran muy pobres y todavía no se había perfeccionado una red sanitaria pública, ella tuvo que dar a luz sola, allí mismo. Y vino al mundo un chaval con una barra de pan bajo el brazo. Pero era una barra de oro. Y decían las pescantinas del barrio que el crío era muy rico, muy rico, y los consignatarios dedujeron que tenía que ser hijo de Bill Gates, por lo menos.
Inmediatamente salió en Bolsa la buena nueva con el nombre de “Portal del Berbés”. Los primeros en llegar fueron los del Pastor, que se creían con ciertos derechos, pero ellos les convencieron que sólo trabajaban con el banco del Espíritu Santo. Luego llegaron los tres magos de las finanzas: March, Florentino y Amancio Ortega, dispuestos a invertir en la incipiente empresa, trayendo una consola, una camiseta firmada por Cristiano y un traje de marinerito.
Epafrodito, el padrastro, al ver como el dinero fluía, propuso trasladarse al hotel Los Escudos, pero Joanna, que así se llamaba la madre, le convenció para seguir en el puente, que era el símbolo de la marca, y que, además, su hijo había dicho que el dinero lo invirtieran en una fundación a la que llamarían “Los del Puente”, que les ayudaría a desgravar. Mientras tanto el niño reflotaba empresas en crisis, compraba bancos en países en expansión y fusionaba Cajas.
El alcalde que, a pesar de tener nombre bíblico de bueno, era muy malo, quiso saber de qué iba el cuento y se puso en contacto con los tres magnates, pero éstos viendo que el regidor quería  expropiar la empresa, cual un Chávez cualquiera, no le dijeron nada.
Y así fue como el joven Abías reconvirtió un humilde puente en el mayor emporio  del mundo. “En verdad, este sí que es un verdadero tótem de las finanzas” se decían los accionistas. Pero no cayeron  en que usaba moneda virtual, una especie de bitcoin espiritual que solo tenía el convertidor en el Paraíso, no precisamente fiscal.
Muchos de aquellos inversores, lejos de alegrarse por el carácter místico de la empresa, aún hoy actúan como si padecieran el síndrome de Tourette en la modalidad del tic coprolalia (diciendo obscenidades de forma compulsiva). ¡Ellos no alcanzarán ni el cielo de la boca!

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