Opinión

El ejemplo portugués

Hace un año, dos adorables hermanos portugueses, él aquejado de una grave cardiopatía que por fortuna se ha resuelto felizmente, ganaron el Festival de Eurovisión sin más aliados que la bondad de su trabajo y la belleza de una suave y sencilla canción de amor.  En aquella ocasión y rendidos ante la calidad de la obra, no aparecieron los tradicionales bloques nórdicos, o los que integran los antiguos países del Este, no comparecieron las alianzas que todos los años y con endiablada facilidad desentraña José María Íñigo. Solo un hermoso y sentido poema  en Fa mayor para una sola voz y Salvador Sobral  catando para millones de telespectadores como si en realidad cantara para unos amigos en el salón de su casa. “Amar pelos dois” estaba interpretado en portugués aunque tanto el intérprete como su hermana Luisa que la compuso pueden cantar también a la perfección en inglés y en castellano. Pero prefirieron hacerlo en su idioma porque no hay nada mejor que la lengua propia para expresar hasta el último átomo de los más profundos sentimientos  que se llevan en el alma aunque no sea una elección muy  comercial y en Eurovisión se hayan impuesto cantar en inglés hasta los eslovenos. Nosotros hemos estado coqueteando con ambos idiomas –el nuestro y el general- para tratar de que nuestra presencia tuvieran una cierta posibilidad pero el año pasado, y como colofón de una cadena de disparates, trampas y favores, enviamos a un desconocido cantante para defender una melodía de surf finalizada para colmo mediante un gallo que le deparó muy merecidamente el último lugar de la clasificación, puesto al que no somos ajenos. Este año, España envía una nueva opción al concurso y elige seguir el modelo portugués al que mucho me temo no va a ser el único país en abonarse visto que la fórmula funcionó y derribó todas las barreras e historias preconcebidas en el certamen anterior. Pueden acabarse en esta edición del Eurovisión Song Contest los excesos, los alardes, las danzas del príncipe Igor, las tamborradas y los fuegos artificiales. Ojala así sea a pesar de que nuestra participación destapa en mí muchas dudas. Una pareja acaramelada y pasada de blandura que se mira a los ojos con arrobo, una canción de crema y nata más simple que el mecanismo de un chupete, una orquesta de violines al anochecer, todo ello bajo la patente de Operación Triunfo que ayer puso broche a su triunfal andadura. Nunca sabemos se acertaremos hasta que no se produce la tragedia. Que la fuerza de los hermanos Sobral nos acompañe.

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