Opinión

El diablo anda suelto

Conocí a un poeta admirador de Johann Wolfgang von Goethe a quien le gustaba convidar al diablo a cenar pero, aunque le ponía platos y cubiertos sobre mantel de gala, Mefistófeles no decidía acudir. En más de una ocasión, entre chunga e ironía, le recomendé acudir a cualquier iglesia románica o gótica para cursar su invitación pues siempre intuí que los demonios reales jamás han abandonado los templos y si alguna vez lo hicieron fue disfrazados de clérigos o frailes, como en la Crónica del Rey pasmado, la simpática novela de Torrente Ballester, donde el jesuita Almeida es realmente un diablo reencarnado y permisivo, capaz en el siglo XVII de atreverse a defender la desnudez de las damas y la cópula por placer de los esposos.
Además, siempre he pensado que la Santa Inquisición fue un invento de Satanás y no de la divinidad. Sin creer ni en dioses ni demonios, ni en el yin y el yang, me gusta recrearme en las leyendas donde el maligno es engañado y obligado a construir puentes, acueductos y hasta catedrales como Notre-Dame de París, obras propias de pontífices anónimos a quienes les fue arrebatada su gloria por la treta de alguna doncella pretendida por Lucifer.
Exactamente lo que aconteció en Segovia con su famoso acueducto romano que, según una vieja leyenda transmitida desde el medievo de familia en familia, era obra de Leviatán hasta hoy. En este siglo XXI del progreso un juez, atendiendo a un grupo de católicas ofendidas, ha impedido que una divertida escultura recreando al maligno, mientras se hace un selfie, se instale junto al monumento para recordar a los turistas la tradición. Ante el proyecto del ayuntamiento y del escultor José Antonio Abella Mardones se han levantado las iras inquisitoriales y el magistrado, atendiendo a esa anacrónica ley contra los presuntos “ataques a los sentimientos religiosos”, ha paralizado un ejercicio de libertad basado en la más pura tradición católica.
Al leer la noticia me he puesto a temer por todas las gárgolas, capiteles, canecillos, bajorrelieves, esculturas y cuadros que representan a Luzbel en miles de templos, monasterios, conventos, altares… Imagino que cualquiera de esas imágenes, probablemente obras de arte, ofenden del mismo modo a esas sensibilidades denunciantes. Y siguiendo idéntica lógica, en cualquier momento veremos ejércitos de iconoclastas rompiendo y borrando cuernos, rabos, sonrisas malignas, tridentes, llamas de los infiernos… capitaneados por el padre Villaescusa, recreado por Torrente Ballester, o cualquiera de sus discípulos reales hoy día.
Y esta pretendida defensa del honor religioso sucede al mismo tiempo en el que otro juez de Barcelona decide que insultar –¡policías, hijos de puta!- no es delito, “sino crítica política”. Y cualquier ciudadano se pregunta por qué el vituperio político (suponiendo que el insulto lo sea) no es punible y la disconformidad religiosa (en el supuesto de que una escultura ofenda) sí es condenable casi de oficio.
Me alegro por los piadosos canteros medievales y me apeno por los escépticos escultores modernos. El diablo anda suelto perturbando las mentes timoratas. Quizás en estos momentos mi amigo el poeta consiga sentarlo a su mesa. 

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