Opinión

Desafortunado Princesa de Asturias

Si querían darle el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017 a alguien que halaga a las dictaduras religiosas presentando el islam como víctima de la civilización judeocristiana, el jurado acertó concediéndoselo a la británica Karen Armstrong.
 De 72 años, a los 18 profesó como monja, pero abandonó los hábitos a los 25 tras sufrir según sus libros abusos psicológicos; y físicos con disciplinas de alambres de espinas.
 Bondadosa y compasiva, tras ello, comenzó a encarnar el buenismo y el relativismo que inspiran la corrección política, masoquismo creador del pensamiento blando y tolerante con la maldad. 
 Tras estudiar lengua inglesa en Oxford comenzó a investigar las tres religiones y a publicar sus impresiones, siempre con esa visión positiva del islam que fascina a tantas universitarias cuyas emociones deberían analizarse bajo inspiración (sexual) freudiana.  Mientras para Armstrong la historia del cristianismo es cruel, la del islam es bondadosa: su trauma como monja martirizada posiblemente la han llevado a difundir que la mujer en el islam –esa que vale la mitad que el hombre, a la que puede pegársele, que debe aceptar la poligamia—debe ser feliz con ese trato.
 Es extraño que este trofeo a una multipremiada por islamistas que imponen la sharia y rechazan los derechos humanos laicos, se lo concediera un jurado con, entre otros, Fusi, Martí Fluxá, Joseph Pérez o el presidente de los judíos españoles.
 El filósofo, politólogo y humanista Giovanni Sartori, que recibió el mismo galardón en 2005, fallecido hace dos meses, protestaría indignado por esta sucesora: toda su obra desmonta los mitos antihistóricos y antidemocráticos de gente como ella, que se niega a reconocer que incansablemente, desde hace 14 siglos, las sectas islámicas se asesinan día tras día para imponer sus distintos dogmas.

Te puede interesar