Opinión

Cuando los desfavorecidos hacen oír su voz

Sería suicida seguir desoyendo la voz de los que, con causa o sin ella -me parece que más probablemente lo primero-, se sienten desfavorecidos en una sociedad, la española, incuestionablemente injusta. Hace unos días fueron las mujeres, este sábado los pensionistas, mañana será, quizá, algún colectivo menos que mileurista el que salga a la calle, a los micrófonos de los periodistas de radio y televisión, para hacer oír la voz de quienes habitualmente se mantienen, o les mantienen, en el silencio. España se ha convertido en un manifestódromo, mientras los representantes de la ciudadanía se enzarzan en absurdas sesiones parlamentarias que en nada contribuyen, es de temer, al prestigio de eso que se llama 'clase política'.
Tampoco aumenta el prestigio de esa clase, en este caso la emergente, la lamentable utilización de las víctimas, incluyendo las víctimas de la más dura marginación, de la exclusión social. A mí, personalmente, me inquietan esas imágenes de la batalla en Lavapiés, Madrid, entre 'manteros' subsaharianos y una policía que, obviamente, tenía instrucciones de no causar daño a quienes les agredían. Hay algo de mala conciencia en una sociedad que se siente incapaz de integrar a esos inmigrantes ilegales que se han jugado la vida -y cuántos la han perdido, Dios- en busca de una existencia no mejor, sino simplemente existencia.
No quisiera que esto sonase a demagogia, sino a cierta indignación. Al fin y al cabo, aunque en situación laboral privilegiada, no puedo sino sentirme identificado con esos jubilados que son más o menos mis coetáneos, que han trabajado tantos años como yo para que el país, España, se encuentre en la relativamente confortable situación en la que se encuentra. Y digo relativamente, conste, porque muchos de los casos que escuchaba este sábado en las entrevistas de radio a manifestantes ponían, literalmente, los pelos de punta. ¡Qué lejos están de esa realidad quienes se hartan de decir, desde sus poltronas, lo bien que va todo sin haber estrechado jamás la mano de un desfavorecido, ocupados en el palmeo de las espaldas de los pelotas!
No solamente no hemos sido capaces de resolver un problema casi secular como el de la tentación secesionista de una parte de los catalanes -a ver cuáles son los pasos que siguen: ¿anunciará Puigdemont que deja el escaño y desbloquea la situación? Muchos dicen que sí-. No solamente los problemas territoriales se enquistan; es que ni siquiera hemos atendido a una cohesión social acorde con la de los países más avanzados de Europa, entre los que nos encontramos o queremos encontrarnos.
Así, a uno no le queda otro remedio que pensar que esta semana, perdida en debates absurdos sobre la prisión permanente preventiva -hasta la denominación es ya un sarcasmo- o acerca de las pensiones, pero sin aportar soluciones verdaderamente nuevas, ha sido una semana perdida para la Causa. La causa de la racionalidad política y social. Y, encima, dejando la sensación de que todo pacto por el estado de bienestar se va haciendo ya imposible con estos dirigentes nuestros. Así que no se extrañen si la calle comienza a reemplazar al Parlamento y los vociferantes a los legisladores, si los activistas se sobreponen al Ejecutivo y las ocurrencias a las ideas, si la demagogia se impone al sentido común. Algo de esto, digo yo, se habrá quizá reflexionado en los despachos del poder, habitualmente tan autosatisfechos, este fin de semana. O nO... que diría Rajoy.

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