Opinión

Crónica de una muerte anunciada

Pues, dilecta leyente, ahora sí: Ella bajo tierra y él en un centro psiquiátrico. A continuación, lo esperado: La más enérgica repulsa, indignación, rabia, minuto de silencio, banderas a media hasta, y regreso a casa con la satisfacción del deber cumplido y la tranquilidad de que el criminal era un demente, al que en todo caso habrá que ir a insultar a las puertas del juzgado para desahogarse. Y mientras tanto la violencia machista sigue aumentando.
Parece que el hecho de que el asesino fuera un demente lo justifica todo. ¿Realmente tenemos una asistencia sanitaria de tipo psiquiátrico adecuada? Aquí, desde luego, psiquiatras, psicólogos y profesionales de la mente tienen mucho trabajo, a ser posible de tipo preventivo, y ante un intento de suicidio u otro episodio violento debería hacerse una clasificación dentro de los grados de urgencia (crisis, urgencia y emergencia) y en los casos de emergencia o situación extrema, que entre en la categoría de peligroso para sí mismo u otros, sería necesaria una actuación inmediata adecuada. Para ello es preciso que el paciente sea visto por una enfermera de enlace que realice la primera calificación básica junto con un psiquiatra, en el mismo servicio general de urgencias. 
Asimismo, sería necesario un protocolo adecuado en todo servicio de urgencias con instrucciones e indicaciones claras sobre la aplicación, en su caso, de las medidas de aislamiento y contención mecánica, así como instalaciones adecuadas dentro del área de urgencias y personal suficientemente entrenado para llevarla a cabo de inmediato. 
La cuestión es que pesa sobre la sociedad el recuerdo de los antiguos manicomios y sus métodos agresivos, falta de higiene, la marginación social, el abuso de la medida, utilizada muchas veces por intereses espurios, etc. Pero hoy las circunstancias han cambiado para bien. La medida de internamiento tiene que autorizarse por un juez, con periódicas inspecciones y hay continuas evaluaciones sobre evolución para pasarlo a ambulatorio o simplemente al alta. En resumen el demente es tratado como cualquier otro enfermo. Esto es lo justo y no hacer recaer sobre los pobres familiares la responsabilidad de cuidar a estos enfermos, sin conocimientos y sin medios para poder hacerlo. Y luego pasa lo que pasa. 
El caso de Carballiño al que me refiero, la mujer asesinada estaba preocupada por el comportamiento reciente de su esposo. Había intentado suicidarse y los médicos le diagnosticaron demencia. Las relaciones familiares debían ser tensas y la mujer no denunció los hechos consciente de que la actitud de su esposo se debía a la enfermedad, pero si acudió a los servicios sociales del Ayuntamiento en busca de ayuda. Temía por la vida de su marido y, por qué no, por la suya. Y llegó el crimen: ¡Una muerte anunciada!
 

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