Opinión

Chico Malo No, No, No

En los países de tradición democrática se tiene predilección, para los cargos públicos, por aquellas personas que han demostrado, previamente, en su vida privada, honradez, eficacia y capacidad de sacrificio. Lo que les hace generadores de una confianza que, en los países anglosajones, se traduce, en plan coloquial, en la identificación con un tipo al que serían capaces de comprarle un coche usado.
Piensan que si ha triunfado social y financieramente, respetando las leyes y a sus ciudadanos, es la persona ideal para guiarlos en el ámbito de esa cosa pública que llamamos política. ¿Y qué hombre supera a una mujer en tales virtudes?
Ellas nunca admitirían un desequilibrio presupuestario, ni derrocharían el dinero en armas de destrucción masiva. Por el contrario, serían las mejores defensoras del medio ambiente y de la coexistencia pacífica, protegerían a los desvalidos y corregirían con ternura a los granujas.
En el aspecto de la eficacia, su absentismo doméstico-laboral es nulo: ni bajas ni vacaciones. Educando a los hijos superan a cualquier pedagogo. Entienden mejor que nadie esos artilugios domésticos (que no domesticados) modernos y, lo más curioso, sin leer el manual de instrucciones. En cuanto a su capacidad de sacrificio, habría que ver a los hombres llevando un embarazo y pariendo, o trabajando simultáneamente dentro y fuera de casa. Pero lo más destacable es que todo lo hacen con naturalidad, sin proclamarse chefs, restauradores o creadores.
La mayoría son unas superwoman, mujeres que saben hacer compatible la familia con el trabajo. Es decir, que saben hacer dos cosas a la vez (como dar el pecho al bebé y votar en el Congreso), lo que ocurre es que, salvo María Teresa Campos, no se sabe de nadie a quien le permitan llevar a su hija al trabajo.
Cada vez hay más “madres alfa”, damas entre 35 y 49 años, con formación superior, hijos pequeños y una carrera profesional en ascenso que se traduce en un nivel de ingresos sustancial, igual o superior al de su pareja. Eso es lo que realmente da independencia, y si a todo ello se suma el ser feliz ya no solo sabrán hacer dos sino cuatro cosas a la vez. ¡Mujeres al poder!
Algunos las acusan de estar adquiriendo  los vicios que nosotros en nuestra evolución “atapuertica” vamos dejando, en un patético deseo de imitarnos. Ya lo dijo Molière: “Todos los vicios, con tal de que estén de moda, pasan por virtudes”. Ellas, por su parte, entonan la canción cañera: “No quiero chico malo no, no, no. Pa´ fuera lo malo. En mi vida, malo, malo, no, no, no”.
En el fondo, esta prevención hacia la adquisición del poder por ellas, es una consecuencia del “síndrome del zángano” o temor a que nos releguen a un mero papel fecundador, y cumplida esta misión nos expulsen de la “colmena”, como hacen las abejas con los machos; que por algo constituyen la más perfecta organización social.

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