Opinión

Un 'caudillo' con 17.000 soldados

Escribo desde Barcelona, donde trato de recoger algunas sensibilidades sobre lo que está ocurriendo en Cataluña. Hace unas horas se celebró la sesión de investidura que convirtió a Quim Torra en el 131 molt honorable president de la Generalitat. Inmediatamente se fue a Berlín, se supone que a recibir instrucciones de quien él considera verdadero 'president', Carles Puigdemont, acerca de cómo formar el nuevo Govern y cómo dar los primeros pasos para "fastidiar más a Madrid", según frase que me transmitió un nacionalista moderado, que ve con horror la situación que se está generando en una de las dos principales autonomías de España.
Los medios de comunicación secesionistas cooperan no poco a la guerra de papel, burlándose del 'enloquecimiento' de la prensa de Madrid' ante la "pesadilla" del Govern Torra. El tono es de abierto desafío. No falta quien recuerde que, ahora, alguien tan peculiar -digámoslo así- como Torra va a contar con miles de millones de presupuesto y con un ejército, el de los mossos, de diecisiete mil hombres. A cuyo frente quiere reponer, parece, al mayor Trapero, uno de los responsables de que las cosas hayan llegado hasta aquí.
Que yo sepa, Mariano Rajoy no ha felicitado al nuevo president de la Generalitat. Supongo que tendrá que recibirlo algún día en La Moncloa, entre otras cosas para disminuir la sensación de ruptura de hecho que cunde por las calles de Barcelona, con regocijo en algunos rostros, con patente preocupación en otros. El presidente del Gobierno central se encuentra, por separado, con otros líderes políticos constitucionalistas; espero que sea cuestión de tiempo -poco tiempo- la constitución de un frente defensor de la legalidad, que represente a casi veinte millones de ciudadanos españoles frente a los dos millones de catalanes que quieren separarse de España.
Pero a mí lo que me preocupa son esos diecisiete mil mossos, acerca de cuyo comportamiento, ahora que tienen nuevo jefe, me caben muchas dudas. Me dicen que están divididos, que acaso una mayoría esté petrificada ante el cúmulo de insensateces, locuras y bravatas en el que se ha convertido la acción pública en Cataluña, sin que desde el Estado parezca registrarse otra reacción que pensar en ampliar y endurecer la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Temo que la mano dura y togada haya servido para poco más que para llenar los balcones catalanes de carteles pidiendo la liberación de los 'presos políticos'. Hay que ensayar nuevas cosas, porque las puestas en práctica hasta ahora, hay que insistir, nos han llevado a este auténtico desastre encarnado por alguien como Quim Torra, al dictado de lo que se le ocurra a otro que tal, el señor Puigdemont.
Ignoro, en este momento, el verdadero contenido de las reuniones entre Rajoy y Sánchez, por un lado, y Rajoy con Rivera, después. Pienso que no conviene pensar solamente en un artículo de la Constitución: hay más, que incluso posibilitarían la celebración de un referéndum, para aprobar un nuevo Estatut, en Cataluña. Y sí, hace falta un nuevo Estatut, pactado desde el Gobierno central con la Generalitat, si es que esta es capaz de sentarse a negociar algo que no sea la proclamación pura y dura de esa República de Catalunya de la que hasta la saciedad ha hablado Torra en sus discursos dirigidos a la mitad, o menos, de los catalanes.
Pienso que, o Torra cambia radicalmente su forma de actuar -de que mude su forma de pensar albergo pocas esperanzas- como prolongación del Fugado, o la cosa va a acabar muy mal en Cataluña, cosa que piensan unánimemente todos los catalanes con los que voy hablando últimamente, piensen como piensen y voten lo que voten. Para dejar espacio a la esperanza hay que desocupar los salones, todos los salones, los de aquí y los de allí, de trastos viejos, gastados, inútiles. Como, por ejemplo, esa mentalidad que el peculiar señor Torra nos ha hecho atisbar en sus increíbles escritos pasados: ¿cómo es posible que haya podido llegar hasta aquí? En esa pregunta sí que existe unanimidad entre los catalanes.

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