Opinión

Cataluña, Extremadura y las otras 15 autonomías

Como si fuese algo nuevo, toda España se levantó de pronto escandalizada por el 'aislamiento' en el que vive una Extremadura sin duda menos desarrollada que otras autonomías españolas. Los sucesivos retrasos y averías de dos trenes y un cierto 'apagón' informativo de las primeras horas del nuevo año propiciaron que, de pronto, los grandes titulares se fijasen en que, en realidad, Extremadura está a la cola de los privilegios y a la cabeza de las Comunidades peor tratadas en el reparto de los Presupuestos. Y no faltaron tertulianos y comentaristas de varias facturas y sensibilidades que comparasen las 'dádivas' a Cataluña con la tacañería con la que se trata a otras regiones, la extremeña, que anda en constante desventaja en casi todo, muy en particular. Hay quien todo lo politiza: "como Extremadura es tierra fiel a la Constitución, no se le da nada; quien no llora, no mama", me espetó este jueves un colega, por lo demás querido, en una televisión autonómica.
Creo que los diagnósticos demasiado simplistas corren el riesgo de acabar siendo demagógicos. El mal trato, vamos a llamarlo así, a Extremadura, a sus comunicaciones, a su casi inexistente industria y a su en cambio prometedora agricultura viene de mucho antes de que Cataluña y País Vasco estallasen en reclamaciones secesionistas. Mire usted aquella foto de Alfonso XIII en Las Hurdes, que de pronto supuso un aldabonazo en tantas conciencias, para comprobar que lo que digo es cierto. Admitiendo que todas las causas han derivado en estos resultados, hay que decir que el problema territorial español nunca ha sido bien comprendido, y menos aún admitido, por ninguno de nosotros, fuésemos centralistas o federalistas. Y hasta que no asimilemos que no todas las tierras de nuestra España son iguales, que el 'café para todos' hubiese sido mucho más sabio admitiendo que hay muchas formas de tomar café, no estaremos, me parece, en el camino de la solución.
Me confieso cántabro por dos costados, y vasco y madrileño por los otros dos; jamás reclamaría para mi Cantabria lo mismo que los catalanes para Cataluña o los gallegos para Galicia. Ni creo que los andaluces sean iguales que sus vecinos murcianos, ni estos que los valencianos. Cada Comunidad tiene sus necesidades propias, su idiosincrasia, su economía y hasta su cultura, si hacemos bueno eso de la 'diversidad en la unidad' con la que se llenan la boca nuestros representantes en sus discursos oficiales. Lo que ocurre es que nunca hemos profundizado ni en la unidad ni, menos, en la diversidad. Y alguna vez habrá que poner en práctica ideas como que hay que dedicar unas regiones a unas cosas y otras, más idóneas para ello, a otras. O que una prioridad de las políticas nacional, autonómica y local ha de ser contribuir a hacer atractivas para los jóvenes zonas que se están despoblando rápidamente. O que hay que dialogar 'a diecisiete', sí, pero también cada Autonomía con el Gobierno central.
Hay todo un plan de comunicación y luego de actuación social, educativo, ecológico, energético y, por supuesto, económico (y, por tanto, con todos estos vectores, un plan sobre todo político), que se hace inevitable para un desarrollo equilibrado del conjunto del país. Y eso abarca a la reforma de la Administración, al número de aeropuertos, de líneas de AVE, de gasolineras con suministro eléctrico y hasta a la contención de la avaricia urbanística en nuestras costas. Culpar a la 'incapacidad' de la compañía de ferrocarriles de que los trenes extremeños se averíen con unas vías decimonónicas, como ha hecho el presidente de Extremadura, puede canalizar la ira ciudadana hacia objetivos más fáciles de manejar que, por ejemplo, el Ejecutivo del mismo signo político.
Pero tanto agotar las culpas en uno o en otro, o en ambos, es un error. Creo que el tema tiene mucho más calado que esos conceptos casi electoreros que manejamos constantemente. España necesita un plan, un rumbo, unas ideas sólidas más que ocasionales ocurrencias y altisonantes gritos de alguna formación populista que nos llega con vídeos en los que vemos al Líder y otros caballistas -casi todos varones, por cierto— montados en briosas jacas galopando sobre fincas andaluzas.
A los partidos a los que voto y cuyos gastos sufrago con mis impuestos les pido, les exijo, la puesta en marcha de ese plan. Un plan de ajuste, de reequilibrio de recursos, de presupuestos solidarios y compartidos por todas las fuerzas verdaderamente reformistas. Y ya verán entonces cómo esos ferrocarriles que parecen los de 'más madera' de los hermanos Marx o de Buster Keaton, lo de esos 'aeropuertos peatonales' que han proliferado como setas, los de las radiales carísimas por las que nadie paga ni circula, lo de algunas organizaciones de estibadores chantajistas, se arregla como por ensalmo. Pero, claro, hay que ponerse a ello, y eso da mucha pereza; pudiendo irse de mítines de campaña a que te aplaudan.

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