Sonata de Estío. Finales del XIX. México. El Marqués de Bradomín se había cruzado con la Niña Chole, acompañante del general Diego Bermúdez. Hubo una chispa y...
“-¡No!... ¡No!... ” Y oprimiéndome las manos, comenzó a llorar. Yo quise enjugar sus lágrimas con mis labios, y ella, echando la cabeza sobre las almohadas, suplicó:
“-¡Por favor!... ¡Por favor!...”
Velada y queda desfallecía su voz. Quedó mirándome, temblorosos los párpados y entreabierta la rosa de su boca. La campana seguía sonando lenta y triste. En el jardín susurraban los follajes, y la brisa que hacía flamear el blanco y rizado mosquitero, nos traía aromas.
Cesó el toque de agonía, y juzgando propicio el instante, besé a la Niña Chole. Ella parecía consentir, cuando de pronto, en medio del silencio, la campana dobló a muerto. La Niña Chole dio un grito y se estrechó a mi pecho: Palpitante de miedo, se refugiaba en mis brazos.
“Mis manos, distraídas y doctorales, comenzaron a desflorar sus senos. Ella, suspirando, entornó los ojos, y celebramos nuestras bodas con siete copiosos sacrificios que ofrecimos a los dioses como el triunfo de la vida”.
Valle Inclán. Dos desconocidos, Bradomín y aquella belleza criolla, hija y forzada amante del sádico General que asesinaba campesinos.
El gobierno de Pedro Sánchez quiere enviar a prisión a quienes como Bradomín sepan que ese “¡No!... ¡No!...” es un juego sensual para acercarse sibaritamente al sacrificio.
El gobierno de Sánchez exige cárcel para el hombre si ella, antes coqueta y mimosa, o retozona algo temerosa, pero no forzada, se arrepiente luego de su ofrenda al decepcionarle la aventura o descubrir el marido, por ejemplo, su infidelidad.
Hay un no imperativo. Debe castigarse. Pero también el sugeridor del sí, sinuosa senda hacia la comunión amorosa, ¿verdad, Bradomín?