Opinión

Barcelona y la barbarie

Escribir por el mero empeño de hacerlo sobre la barbarie de Barcelona es un ejercicio quizá necesario para un comentarista de actualidad por lo que me tengo, pero absolutamente inútil desde un punto de vista práctico porque nada voy a añadir yo que no se sepa, ni los matices que pueda  introducir en el desarrollo de los acontecimientos que todos conocemos va a suponer otra cosa que una opinión más sobre los cientos de ellas que se han ido produciendo y que llevan la firma de personas con autoridad muy superior a la mía en materia de seguridad, de terrorismo y de actuaciones en los casos que plantea el islamismo radical al que ya apenas le hacen falta instrumentos para causar el mayor daño posible con el menor esfuerzo posible. Los terribles episodios de Niza, Berlín, París, Londres, Estocolmo y ahora Barcelona nos demuestran que los criminales no necesitan otra cosa que un vehículo de motor con cierta potencia para causar una carnicería. El método es tan primitivo y bestial como sencillo. Arremeter a toda velocidad contra una multitud inocente que pasea por cualquiera avenida concurrida de una gran ciudad y causar la mayor mortandad posible. Eso ha ocurrido en Barcelona el jueves por la tarde si bien el desarrollo de acontecimientos en paralelo sucedidos en Cambrils unas horas más tarde y en la vivienda de Alcanar de madrugada sugiere la existencia de una nutrida red capaz de participar en los hechos. Es, efectivamente, un atentado planificado y perpetrado por una cédula yihadista  compuesta al menos por diez ejecutores de los que cinco han sido abatidos por los tiradores de los Mossos y hay que sepamos tres detenidos. Se contabiliza un muerto al menos en la explosión de la vivienda volada por los aires, y a estas horas en las que escribo, el autor material del  hecho –un joven de diecisiete años llamado Moussa Oukabir- no ha sido todavía localizado y detenido.
Es por tanto una osadía por mi parte hacer otra cosa que no sea sumarme personalmente a las muestras de solidaridad y cariño que esta tragedia suscita entre la gente de bien y si acaso, reflexionar un punto sobre una materia tan delicada y volátil como la de la unidad de las instituciones democráticas ante los horrores del fanatismo. Y como es más que evidente y más allá de los gestos puntuales de presencia y minutos de silencio, el  Govern ha trazado línea y ha definido estrictamente hasta dónde quiere que llegue esa supuesta colaboración. 
El mensaje claro y terminante de Puigdemont y sus afines no albergan duda y se ha expresado en sus comparecencias, todas en catalán, para que nadie se llame a engaño sin mención alguna de otros efectivos que no  fueran los suyos. En cuanto a las reuniones, todas en dos mesas. Generalitat por un lado y Gobierno por otro. No hay manera,  que desgracia.

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