Opinión

La ausencia del Rey Juan Carlos, qué gran error

Si por algo quedó deslucida la celebración en el Congreso de los Diputados del cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas de nuestro país, fue por la ausencia sonada de Don Juan Carlos de Borbón, estando como estaban algunos de los diputados que fueron actores y testigos preferentes de una convocatoria que supuso la primera cita con las urnas de los españoles tras cuarenta años de dictadura.


Una ausencia que se ha tratado de justificar tanto desde la Casa Real como desde la Presidencia de la Cámara como la mejor manera de no interferir en aquellos actos que presida el Rey Felipe VI. Un argumento que por una vez se podían haber saltado, teniendo en cuenta que en esta ocasión la presencia del Rey emérito estaba más que justificada, tratándose como se trataba de homenajear a quienes consiguieron instaurar la democracia en España. Ello se consiguió no sin dificultades y grandes riesgos que Don Juan Carlos solventó con el apoyo del resto de partidos políticos, pero sobre todo de unos líderes que haciendo alarde de una gran generosidad renunciaron a aspectos ideológicos como era la aceptación de la propia monarquía. Aspectos tan arraigados en la izquierda española, que hubieran sido innegociables tan solo unos años atrás.


Que el motor de la transición fue el Rey y el pueblo español es un mérito que nadie les puede ningunear, ni siquiera Pablo Iglesias, quien no tuvo reparos en reconocer durante el desayuno organizado esa misma mañana por Europa Press, el gran mérito de esa generación, lo que en modo alguno quiere decir que todo se hiciera bien, o todo lo bien que hubiera exigido llevar a cabo un programa de máximos pero, y esto lo digo yo y no Iglesias, hay que situarse en aquellos años con ETA matando o secuestrando a militares y guardias civiles un día sí y otro también, con un Ejército, cuyos altos mandos eran los ganadores de la guerra civil, para quienes los cambios que se intentaban llevar a cabo eran inaceptables. De ahí el constante ruido de sables en los cuarteles que desembocarían en el 23F y otras sonadas con menos repercusión mediática pero que denotaban el enorme descontento por el viraje que el Rey -heredero directo de Franco, hay que recordarlo- había dado desde el minuto uno de su ascenso al Trono de España.


Cuarenta años es tiempo suficiente para restaurar heridas pendientes, tal y como hicieron los lideres de Podemos con algunos de los represaliados del régimen, torturados por la brigada político social, a quienes es indudable que se les ha ignorado sistemáticamente, pero a los que se reconoció su lucha por las libertades en un acto paralelo al celebrado en el Congreso por parte de la formación morada y del partido socialista.
Fue reconfortante ver entre los invitados del acto institucional a los hijos de Adolfo Suárez, de Carrillo, de Fernández Miranda, a Pilar, la viuda de Calvo Sotelo y a los nietos de Pasionaria y Fraga, así como a los expresidentes González y Aznar, y ex diputados como Alfonso Guerra, muy aplaudido por cierto, Herrero de Miñón, Miguel Roca y Pérez Llorca. Lo fue porque ellos son un ejemplo de lo que pueden llegar a conseguir quienes hoy ocupan esos bancos si, como se hizo durante la Transición, todos empujan en la misma dirección, para sacar a España de la crisis y solucionar el tema catalán, los dos problemas más graves que tenemos en estos momentos.

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