Opinión

Algo debe haber hecho mal Pedro Sánchez, ¿no?

Ya sabemos que la autocrítica no es el punto fuerte de los políticos, en general, y de los políticos españoles, muy en particular. Así que confieso que encontré muy pocos parlamentarios socialistas 'receptivos' cuando, el viernes, por los pasillos del Congreso, a algunos les pregunté por qué el Gobierno de Pedro Sánchez se quedó solo en la defensa de un nuevo objetivo de déficit: la derecha votó en contra por unas razones, y los aliados que llevaron a Sánchez a la investidura se abstuvieron por otras. Mis interlocutores culpaban a diestra y siniestra -y a los indepes- de miopías y egoísmos varios, de anteponer motivos partidistas y electoralistas al bien de la nación, un bien que el Gobierno, naturalmente, procuraba. A nadie se le ocurrió, en esa jornada del viernes, que concluía formalmente el curso político, pensar -o decir- que tal vez el Gobierno de Sánchez no esté haciendo las cosas bien. O no bien del todo, al menos.
Porque algo, digo yo, debe estar haciendo mal el Ejecutivo del PSOE para que todos, como en los ya viejos tiempos le ocurría al PP, le abandonen como un mal desodorante. Y no es el significado de la senda de déficit lo que más importa, aunque algo importe, sino el hecho de que la debilidad de los 84 parlamentarios del grupo socialista ha mostrado la precariedad del Gobierno, que apenas ha logrado el premio de consolación de sacar adelante el nombramiento de la gran Rosa María Mateo -eso es valor torero: aceptar ser el salvavidas porque no hay otro candidato- como administradora temporal y única de Radiotelevisión Española... después de una desastrosa, indignante, gestión del tema a cargo precisamente del Gobierno y de alguno de sus 'socios', Podemos muy en concreto. Nada menos que ocho plenos en la Cámara Baja para elegir a la administradora que se haga cargo del desaguisado apenas durante tres meses, hasta que se ponga en marcha el famoso concurso para el que ya hay apuntados más de veinte candidatos a presidir el antiguo Ente.
Así que no resultaba extraño que la semana concluyese con muchos editoriales y comentarios pidiendo "cuanto antes, presidente" una convocatoria de elecciones, antes de que sea tarde. Personalmente, y para lo poco que sirva, suscribo esta petición: hay que repartir cartas. Y, con una nueva perspectiva, abordar desde los problemas con Cataluña -que esa es otra; menuda irracionalidad la de los responsables de la Generalitat y su mentor desde Waterloo- hasta la 'gran cuestión institucional', que hace que todos miremos para otro lado, los periodistas somos buena gente, cuando se nos habla de no sé qué vieja lesión de muñeca que impide la presencia de 'él' en la foto familiar. Muy graves problemas que deberían provocar el insomnio de cualquiera que no tuviese el temple especial, y el cuajo, del registrador Mariano Rajoy, antes, y de Pedro Sánchez, capaz de irse en el Falcon a un festival rockero, como si nada estuviera pasando, ahora.
Claro que, antes de convocar esas elecciones, Sánchez debería llamar a La Moncloa al nuevo líder conservador, Pablo Casado, ahora flamante jefe de la leal oposición. Y fijar las reglas del juego inevitable: de esta saldremos con un Gobierno de centro-derecha o de centro-izquierda, y que nadie piense ya ni en mayorías absolutas ni en gobiernos Frankenstein. Ni en enviar al brazo secular togado a resolver los problemas, por ejemplo con esos presos independentistas de los que la propia delegada del Gobierno en Cataluña, que no me parece que hable jamás a humo de pajas, piensa que llevan demasiado tiempo en la cárcel.
Porque Sánchez -y Casado, y Rivera, y hasta Pablo Iglesias, siempre embarcado en maniobras orquestales en la oscuridad incluso cuando está retirado por muy respetables cuestiones personales- tienen que hablar mucho, y acordar bastante, sobre cómo sacar adelante no el techo de gasto del país, sino el país. No sobre cómo desalojar a Franco del Valle de los Caídos -que sí, que hay que sacarlo-, sino cómo conciliar los viejos demonios familiares de una vez, a ver si nos convertimos ya en una nación normalizada, que no solo del turismo masivo y de playas -dolorosamente asaltadas por migrantes: menudas fotos veíamos estos días- vive un país. No, presidente; ya lo dijo la propia portavoz del Ejecutivo, que no se puede resistir, ni siquiera a bordo del Falcon (esto lo digo yo, claro), más allá de lo razonable. No nos siga fallando, presidente.

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