Opinión

A bromas con Rajoy

Mariano Rajoy cree que el crecimiento económico, su creciente presencia internacional y acabar con el golpe de Estado independentista catalán le permitirán recuperar la credibilidad perdida por la corrupción en su partido y su imagen de funcionario poco activo.
 Será una difícil reconquista: carece de un sistema de autodefensa y sus opositores lo presentan exitosamente como un obtuso que ha incitado el separatismo catalán y que no dialoga con nadie.
Alegan que aceleró ese separatismo con el recurso de inconstitucionalidad del PP contra el Estatuto catalán de Maragall-Zapatero de 2006, y que además nunca quiso pactar con Carles Puigdemont una solución para su desafío independentista.
Rajoy necesita una oficina que reconstruya su imagen; por ejemplo, podría demostrar que su política, más que derechista es más bien socialdemócrata, tanto, que no derogó ni una sola ley ultraprogresista de Zapatero tras recibir el país arruinado con mayoría absoluta.
No ha insistido en que apeló contra el Estatuto, que recortó ligeramente el Constitucional, porque convertía Cataluña en un país semiindependiente, con tribunales propios, ajenos a los españoles, para tapar las gigantescas corrupciones nacionalistas.
“¡Dialogue usted!”, grita Pedro Sánchez, cuando Rajoy tiene una gran prueba, ridícula pero real, de su talante negociador; prueba de buena voluntad, ingenua y optimista, con la que intentó pactar con Puigdemont cuando aceleraba su reclamación de independencia.
La demostración, el 20 de enero de 2016: unos periodistas catalanes le llamaron imitando a Puigdemont para gastarle una broma y él, obsequioso, propuso negociar inmediatamente.
 Su expresivo/excesivo afán para llegar a acuerdos, obsequioso y  amable, sin vetarle ningún diálogo a los sorprendidos burlones, resultó grotesco.
 Media España rió cruelmente aquella candidez de este dialogante Rajoy, sin malicia, para llegar a un acuerdo compatible con la Constitución.

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