Cartas al director

Una sociedad de ancianos

 Los estudios sobre la población española, y de la gallega más en concreto, nos señalan marcados por la “ancianidad”. La primera pregunta sería qué podemos entender por anciano en la sociedad de la información, en la sociedad tecnológica, en la sociedad plural democráticamente avanzada. Una sociedad de ancianos en la que se exalta sin miramientos a la juventud, es una sociedad necesariamente inestable.
Sin duda el concepto de anciano ha variado a través de la historia de la humanidad. Siempre ha habido ancianos jóvenes y jóvenes ancianos. Hoy no lo es menos. Vemos que un sector de la población aguanta sin la jubilación hasta bien cercano el fallecimiento. Otros se jubilan inmediatamente que pueden alcanzar una paga suficiente.
La ancianidad permite acumular un volumen importante de experiencias validas para el momento presente. La transmisión de estas experiencias siempre suele ser mejorable. Quizá uno de los indicadores de una sociedad madura nos lo puede ofrecer el respeto con que los ancianos miran a la juventud, y como la juventud mira a los ancianos.
La falta de respeto, aunque menos agresiva que un insulto directo, puede adoptar una formas brutales muy lacerantes. Con la falta de respeto no se insulta directamente a otra persona, pero tampoco se la concede reconocimiento debido, simplemente no se la ve como un ser humano integral cuya presencia inquieta.
Cuando la sociedad no trata con respeto a las masas –conjunto de personas- y sólo destaca a un reducido número de individuos como objeto de reconocimiento, la consecuencia es la creación de una sociedad opaca, pobre, sin alicientes. Una sociedad requiere estar fundamentada en los valores básicos, como son al trabajo bien hecho, la experiencia; sin ellos está condenada a la abulia y a la inanición. Respeto es reconocimiento y motivación para emprender proyectos nuevos.