Cartas al director

la pedagogía de la memoria

Vivimos en una cultura del olvido y no del recuerdo. Cabe preguntarse si con el triunfo de la democracia se logró enterrar el  recuerdo. No cabe duda de que se han realizado innumerables maniobras de todo tipo para no recordar, pero no se logró olvidar. El mes de agosto de 1936 se significó por la muerte o la desaparición de no pocos ciudadanos.  Lo importante es despertar en nosotros mismos experiencias, quizá dormidas o latentes, que nos posibiliten acercarnos al genio del recuero hasta que éste nos posea. Y con ello una voluntad de escucha.
De Santayana es una frase que despide al visitante del campo de exterminio de Dachau: “Quien no recuerda la historia está condenado a repetirla”. Repetir la historia no es pensar que estamos ante una nueva versión del franquismo, o del populismo,  sino más profundamente que no nos negamos a hacerla. Sin el peso de la experiencia  la historia se repite, se hace tautológica, pierde la posibilidad de cambiar el rumbo marcado por los vencedores. Esta es la razón por la que se ha de hacer pedagogía de la memoria histórica.
La política es una tarea de administración de los asuntos públicos orientada a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. La racionalización debe presidir la confección y elaboración para los ciudadanos como un trabajo de pedagogía dedicado a exponer las argumentaciones y las razones que justifican  la memoria histórica. La realidad demuestra que hay una ausencia de explicación de la memoria. 
La pedagogía hay que hacerla acerca de las personas, de los ciudadanos, y ello supone que hay que remover hechos no siempre suficientemente aclarados. Ello supone que hay que desplazarse con el “riesgo” que hoy entraña separarse de las versiones “oficiales” y adentrarse en el proceloso mar de la memoria. En cambio cuando domina el silencio, la ausencia de explicaciones y la rendición de cuentas es una falacia, la misma democracia va perdiendo fuerza. Entonces asoma la demagogia, los manipuladores sociales, todo un conjunto de oportunistas especializados en manejar el descontento y la indignación.
La pedagogía de la memoria histórica es una tarea delicada. No se sustancia con simples narraciones pretendidamente objetivas.  Los sentimientos deben ser tratados siempre con rigor pero con delicadeza. Lo requiere el respeto debido a las personas, aunque en su momento estuvieran equivocadas.