Cartas al director

Andar con los tiempos

 No pocos son los políticos que están poseídos de la idea de hacer cumplir las leyes. La sociología y la historia nos muestran los caminos de pactos, a veces tortuosos, que se han caminado hasta llegar a la formulación de una ley. Las leyes como las costumbres  y la misma sociedad, sin embargo son mudables. La modernidad es cambio para el progreso.
Los cambios sociales hacen emerger de forma persistente nuevas necesidades. La tolerancia se ha convertido en la sociedad de hoy en una de las virtudes  centrales. Tenemos razones contra lo tolerado y alguna capacidad para no soportarlo, pero constatamos también con otras razones de índole superior, que nos obligan a aceptar los derechos del otro, a vivir conforme a su costumbre o a expresar una opinión que íntimamente rechazamos. No cabe tolerar lo intolerable. La tolerancia tiene límites. La intolerancia hace que se puedan incorporar nuevas ideas al desarrollo de la sociedad. La intolerancia empobrece a la sociedad y la hace más vulnerable. Hay un sentido al menos en que lo más intolerable en muestra sociedades democráticas se convierte “tolerancia boba”. No puede haber enemigo mayor de una tolerancia verdadera que la incapacidad de discernir entre esa verdadera y la falsa; entre lo que debe tolerarse y lo que no. Al tolerante bobo  le falta órgano para el escándalo moral. Si se consiente el mal, será porque ya no se cultiva una convicción lo bastante nítida del bien que hay que hacer. 
La tolerancia debida mantiene un doloroso forcejeo interior entre las propias convicciones y la respetuosa deferencia hacia las ajenas. Esa otra torpe tolerancia protege a su sujeto de cualquier tensión moral, porque comienza por privarle de toda certidumbre salvo la de que conviene tolerar.
Ésa es la tolerancia falsa que cultiva una democracia en la que todo es negociable, porque entonces todo es igual de tolerable. Lo que es falso. En una sociedad lo tolerable es un acuerdo racional progresivo tolerante. La neutralidad que conviene al Estado democrático para organizar la pluralidad de opciones de sus ciudadanos, se consagra como la actitud  más propia del ciudadano. Se ha pasado del fanatismo de la fe de unos pocos, al fanatismo de la descreencia de los más. Por miedo,  a incurrir en un dogmatismo intolerante se practica el dogmatismo de la tolerancia.