Cartas al director

Dios es nuestro refugio y fortaleza

Cuando empiezan los bebés, la infancia los millones, latiéndoles el corazón, siento que son los tesoros más valiosos y por lo mismo los ancianos: me asomo a la ventana de la inmortalidad.
Sí, es un paraíso engendrado por Dios, donde las almas puras gozan inmarcesiblemente de su Creador. Cuando afirmo almas inmortales, me refiero a los limpios de corazón, siendo humanos, estando sujetos a un sinfín de errores y insuficientes de su quehacer cotidiano y, por lo tanto, sujeta a su trayectoria mundanal.
¡Cómo no van a tener un espacio lindo, prometedor, inusual y atemporal donde gocen del amor eterno! Eso es el cielo, el más allá, donde todos estamos llamados sin excepción, seamos o no creyentes. Es ley de vida. Aquí (en lo telúrico), estamos de paso, transcurriendo en una existencia efímera, pero merecedora digna de un comportamiento frugal pero intenso, que nos llevará a ser mejores con nosotros y demás, contentando a la Deidad.
No es fácil asimilar todo esto, aún en tanto por unos momentos lo intuimos, lo pensamos, lo hacemos propio y lo dedicamos al Ser Supremo. Dios no es una entelequia.
Es nuestro futuro sin apelaciones: es la lucha diaria que conduce al porvenir y a la luz que brota por doquier.
Me llamaréis iluso, pero es la verdad eterna, la que me inspira para acercarme al Creador. Aquí hay amigos y enemigos, asistidos por la razón para todos. Al alcance de todos que rigen su conducta diaria, en el tiempo que premia y entusiasma para lograr ese no mítico ni místico destino. Y, sí, apoteósico paso por lo sincero de nuestro corazón, mente y espíritu.
Invoco a Jesús, a su mensaje transcendente, que lo llevó a su sacrificio para salvar a la humanidad de sus pecados, acercándonos con todas sus fuerzas para congraciarnos con Él y quererlo. “No nos desampares”