Cartas al director

Terremoto

 Qué complicado es que lo mismo que te dé la vida te la esté quitando. Es confuso cómo al mismo tiempo se llevó mis problemas y me quitó las horas de sueño pensando en ellos. Qué contradictorio que, cuando parece desaparecer todo lo que te mantenía alerta, te abrumen miles de nuevas preocupaciones. Y es que me encuentro en un ciclo cerrado en el que lo bueno es simplemente menos malo, y lo malo es lo que me hace permanecer intranquila. Sin embargo, si me pongo a pensar, creo que prefiero este terremoto a lo que implica la calma. Prefiero tener tantas cosas en las que pensar que no sepa si vivo en mí o en el mundo. 
No quiero conformarme, me niego a caer en el mínimo esfuerzo, en dejarme llevar. Prefiero vivir en un cambio constante y poderlo llamar rutina a que mi vida se convierta en un camino sin curvas. Buscamos un estado de felicidad permanente en la que la mayoría de nosotros no sería feliz, porque lo que realmente nos gusta es sentirnos temblar. Y es que aunque lo neguemos, no podemos evitar sentir eso que nos atrae a los problemas.  Somos humanos y somos nómadas por naturaleza; puede que no del tipo que leemos en los libros de historia, pero todos, si permanecemos demasiado tiempo impasibles, nos ahogamos. Nuestra condición nos impide respirar tranquilos e intentamos vivir siempre en un intento.