El papel lo aguanta todo, el estómago humano no. Tal vez por ello el periodista Molares do Val, en su artículo "Víctimas del Sexismo", se refiere a la primera víctima de violencia machista del año 2017 con frases tan indigeribles como "Mujeres así se convierten en esclavas sexuales de posibles asesinos. Los siguen suicidamente por el placer físico que les proporcionan", sin que el papel vomite palabra por palabra, sin que la tinta se las escupa a la cara.
El papel soporta argumentos que la razón no entiende. Será por eso que el afamado articulista pudo plasmar opiniones tan carentes de fundamento, y conclusiones tan faltas de sentido, ciencia y prudencia como "Desdeñan los consejos de los psicólogos que las atienden tras denunciar a sus parejas. Porque esos hombres son buenos amantes... por eso muchas reinciden buscando el éxtasis que demasiadas veces les trae la muerte"; o "el maltratador es más peligros cuanto mejor amante es". Una se pregunta cuáles serán las fuentes del autor.
El papel sostiene expresiones que el corazón no soporta. Por eso el afamado articulista pudo plasmar, negro sobre blanco, sin que el papel derramase una sola lágrima, impresiones tan despreciables como "La mujer que se expone por dependencia sexual es como el yihadista suicida o el soldado voluntario en primera línea de batalla".
El papel aguanta agresiones que ni el alma ni el cuerpo soportan. Por eso el papel no se indigna, ni sangra, con ataques como: "Al culpar solo al asesino, el feminismo más activo facilita la continuidad de esa cadena mortal", "la mujer tiene que ser autorresponsable evitando machos violentos, por placenteros que sean".
El papel, despojado de humanidad, no siente ni padece. Pero... ¿y el autor?. Juzguémoslo con la misma osadía e impunidad con que él, parapetado tras el escudo de la libertad de opinión, juzga a las mujeres. A todas las mujeres. Sus conclusiones demuestran que carece de razón y corazón para entender los sentimientos y sentir las razones de las que aman; sus ataques e insultos a las asesinadas a manos de sus amantes (..."suicidas", "estúpidas") muestran la misma crueldad gratuita que dispensan los más caprichosos de los dioses de la mitología griega. La misma elevación del asesino a la categoría de dios ("...él es una deidad sexual, dominante e iracundo, como Zeus") invitando a justificar sus crimen ("Lo advertía la mitología griega"), convierten al autor del artículo en un peligroso cómplice de la última y definitiva manifestación del maltrato del hombre sobre la mujer: el asesinato.
Cuando el autor ve en las mujeres "esclavas sexuales de sus posibles asesinos" se revela ante los lectores como un esclavo de su machismo que, ejerciendo de dios olímpico inmisericorde, embiste a todas las mujeres de la Tierra hiriéndonos con su pluma infernal.