Cartas al director

Desgracias

Allí apoyados en la vieja barra de la vieja taberna de la parroquia, cuando la Maruja ,-una treintañera recién viuda- se marchó, muy a pesar de los ruegos de mi amigo y más viejo de la parroquia, invitándola a  tomar algo, rehusando una y otra vez. Quedamos  en silencio todos, y luego,- después de un gran sorbo de Ribeiro,- inició  mi amigo una amplia perorata, no solo sobre las cuestiones genéticas o hereditarias sobre lo buena lozanía que solía acompañar a las viudas, siempre en detrimento de los viudos. La prueba no podía ser más concluyente. Era obvio, y a la vista estaba.
Aquí mismo, en la parroquia, en el espacio de dos años, un viudo y una viuda habían alcanzado ese grado. Aquel rondaba la cuarentena pasada. Pero su deterioro físico se retrataba en una cara amargada y de mala uva constante, envejecida. 
En cambio en la otra, la lozanía, -otra belleza exterior e interior- parecía que se habían apoderado de todo su cuerpo, sinuoso, esbelto, hermoso, en donde una sonrisa condescendiente y al mismo tiempo animadora no dejaban de acompañarla. Parecía que otra juventud se había apoderado de su cuerpo, y como el frutal que se acaba de injertar nace para otra vida totalmente muy distinta. De todas formas, si uno mira bien, en la mirada de aquellos ojos sonrientes subyace un algo de tristeza o pena.
No sería ético entrar en las diversas y variadas disquisiciones que mi amigo expuso a lo largo de varios Ribeiros, tanto de tipo erótico, sociológico o psicológico, -que de eso sabe mucho- aunque así como quien no quiere la cosa, las razones que adujo fueron concluyentes y bien asentadas, poniendo otros ejemplos no tanto ejemplarizantes que habían sucedido anteriormente. No todas las personas eran iguales ante una desgracia de la pérdida de un ser tan querido u odiado. Que de todo hay y hubo en mi parroquia. Por desgracia.
Aunque nadie quiera besar a una mujer que viste de negro por luto, sigue mi amigo, pidiendo otra taza de vino, a menudo, muchos viudos dejan muchas deudas afectivas, siendo de mala educación, cortejar a una viuda antes de que vuelva del entierro, principio este último que se hizo ley.