Cartas al director

sanidad pública

Por mucho que haya estado enredado todo el día, el final de la tarde parece que se acabará sin sobresalto alguno. Fácil y sin apretar en el entretenimiento lúdico de la partida de escoba diaria que espero ansiosamente me aporte energía al ánimo. Cada uno entiende la realidad de una forma distinta. Y a pesar de las veleidades pasadas, me siento plenamente convencido de llevar a buen término el velo y las setenta, amén de cartas y oros.
Pienso que aún me queda margen para espabilar sin necesidad de ahogarme en el alcohol. La frivolidad me sirve y funciona a veces como un mecanismo de autodefensa, que considero totalmente imprescindible para mantener algo de cordura después de día tan aciago. Que no se dice pronto.
Aquí en este pueblo, cuando el sol te da en la frente antes y después de comer, y la siesta no aparece, todo está demasiado embrollado y complicado. Me ha pasado el día prestando más atención a todo aquello que merece menos atención picando en el anzuelo de una realidad extraña. Talmente náufrago solitario en ambiente extraño.
Hoy he caído en el gran engaño a que la sanidad pública me ha sometido toda la mañana y buena parte de la tarde. A las once tenía consulta en traumatología. A las dos y media entré. A las cuatro menos cuarto salí con más molestias e incomodidad por mor de una rotura del tendón de Aquiles. Desde el día 1 de agosto he estado sufriendo el incordio y la fatiga en mi pierna derecha. He aguantado estoicamente en la sala de espera –entre disculpas de falla de maquina o quizás, como es lunes, falta de personal -oyendo las quejas y lamentos de otras tantas personas, casi todas mayores con diversas dolencias traumáticas; rodillas y caderas, o más raras o simpáticas como pilón tibial, metacarpos, condropatía o condromalacia rotuliana, entre otras que eran pronunciadas casi con reverencia, con ese silabeo tan característico en personas de pocas letras. No oí para nada la palabra torcedura; luxación o esguince daba prueba inequívoca de un buen vocabulario médico. Algo vamos aprendiendo. Que no se diga. De desgracias también se aprende, y si son ajenas aún mejor.