Cartas al director

CONFORMISMO CÓMPLICE ANTE EL ABORTO

n  n  n Ante el crimen del aborto no podemos seguir mirando para otro lado y tranquilizando falsamente nuestras conciencias comprobando como día a día se eliminan los niños en el seno de la madre. No es compatible con una conciencia cristiana quedarse de brazos cruzados ante lo que se considera una situación jurídica y cultural  injusta, pero no irreversible. El mostrarse pasivos y pasotas ante la desgraciada realidad del aborto equivale a ser cómplices del mismo.
Los niños asesinados antes de nacer claman Justicia contra sus asesinos-no quiero incluir  aquí a la madre-. El aborto no sólo es un crimen, sino también un pecado colectivo; quiere esto decir que somos responsables por omisión si no hacemos nada para al menos, si no evitar, denunciar esta práctica asesina. Los cristianos tenemos el deber de movilizarnos al máximo para impedir este crimen, luchar contra la ceguera y el egoísmo  y acabar con la mayor esclavitud y ofensa a la dignidad de la mujer  que es el aborto. Independientemente de las leyes aprobadas por la mayoría en este ámbito, hemos de tener muy claro- y los cristianos lo tenemos- que el respeto incondicional del derecho a la vida de la persona humana ya concebida y aún no nacida, es el principal pilar sobre el que se ha de asentar una sociedad civilizada. Cuando un Estado pone  a disposición sus instituciones para que alguien  pueda traducir en acto la voluntad de suprimir al concebido, renuncia a uno de sus deberes primarios y a su misma dignidad de Estado. 
Santo Tomás de Aquino, uno de los grandes maestros de la conciencia europea, enseña que la ley civil “tiene fuerza de ley en la medida de su justicia.” Según esto, una ley que da licitud a la muerte de seres humanos es una corrupción de la ley. Esto no es sólo válido para una sociedad “cristiana”, sino también para una sociedad “humana”, en  la que se ha de preservar ante todo el derecho del más débil, y nadie hay más débil que la persona concebida y aún no nacida.
Llegará un día, no muy lejano, que nuestros descendientes, llevándose las manos a la cabeza, se pregunten horrorizados cómo fue posible que se cometieran tales atrocidades y que tantas personas permanecieran pasivas ante tan monstruosos hechos.
Juan Pablo II  pedía con insistencia, en todos los países que visitaba, que se protegieran esas vidas indefensas. Con voz firme y potente repetía una y otra vez:”Nunca se puede legitimizar la muerte de un inocente.” Insigne defensora de estos niños fue también la Madre Teresa de Calcuta, que afirmaba: ”El aborto es el mayor destructor de la paz, porque si una madre es capaz de matar a su propio hijo, ¿qué nos queda para que nos matemos unos a los otros? No queda nada.”