Cartas al director

CONTRA LA PRISIÓN PERMANENTE

 Es muy probable que la noción colectiva de la "dignidad humana" no sea más que la convención de un conjunto de mamíferos con un neocórtex tan desarrollado que le permitió parir el pensamiento simbólico y, desde ahí, construir ficciones compartidas para entenderse. Para otros tiene su origen en la divina providencia. Sea como fuere, es el concepto desde el que pivota el desarrollo humano y el desarrollo social. Sin él todo estaría permitido. No tendríamos más valor que aquel que surge del instinto de la manada. Cuanto más ha profundizado una sociedad en él; cuanto más se ha ampliado su significado, mayor ha sido la prosperidad de sus miembros.
El derecho a la vida, a la indemnidad física, a comer, a un techo, a la educación; a amar a quien te parezca, recientemente, o la asistencia a la dependencia y la vejez. Todo emana del estadio en que se encuentra la noción colectiva de "dignidad humana" en un país y, por su puesto, en su concreción en la ley. Esa noción tiene también su expresión en el derecho penal y en el modo en que entendemos la justicia.
Es la misma noción que nos alarma por el estado de las prisiones en otras partes del mundo; o al recordar las nuestras de los setenta hacia atrás. Tenemos en cada disyuntiva al respecto, especialmente en aquellas que hallarán traducción legislativa, dos opciones:
- Seguir profundizando en nuestra noción de dignidad humana para que, ojalá, algún día, dentro de un siglo alguien se escandalice al saber, sencillamente, que en estas coordenadas teníamos prisiones. (Aclaro: no sugiero que mañana el Gobierno las cierre)
- O bien, retroceder y achicar nuestra noción de dignidad humana abriendo la posibilidad a que, de la revisable se pase a la no revisable; de ahí a la pena de muerte etc. ¿Quién sabe? Esto no es lineal. Podríamos acabar en el garrote vil.
Por desgracia, aunque España es uno de los países del mundo con menos homicidios, si nos meten por los ojos cada uno de ellos 24 horas al día, siete días a la semana, acabaríamos siendo proclives a la segunda. Y sería normal.
Pero deberíamos entender que no se trata solo de una cuestión penal; de optar por uno u otro tipo de castigo. Deberíamos ser conscientes de que ir por un camino o por el otro implica, también, ampliar o achicar la noción de la que surge el tipo de sociedad que somos y que queremos ser.