Cartas al director

La verdadera postverdad

En cierto sentido, toda individualidad altamente corrompida acaba siendo una verdadera filosofía, porque llega a conocerse a sí misma con la profunda objetividad que solo aporta la integral experiencia de comprobar lo que puede ser capaz de hacer por un puñado más o menos miserable de valoración social, expresado en bienes lujosos o desmedida y avariciosa acumulación económica, que bien podría denominarse síndrome del Tío Gilito, por su evidentísima similitud con el conocido como síndrome de Diógenes.


La inmensa mayoría del resto de identidades, en realidad no son mejores, solo que lo parecen y creen serlo porque aún no tuvieron ocasión de traspasar cierta frontera, ese punto de no retorno en el sendero de la autodevaluadora conducta que conduce a toda máxima corrupción.


Y a mi contemplar diariamente este escenario, me produce una extraña sensación a medio camino entre el más esencial desdén y la que lógicamente desencadena toda surrealista experiencia.