El año litúrgico se inicia con el Adviento, tiempo oportuno para escuchar el anuncio bíblico de nuestra salvación. En este período Dios nos mueve a acercarnos a Él. Dentro de este tiempo que nos prepara para la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de María Inmaculada.
EL Adviento nos enseña cómo ejerce María sus funciones maternales con todos sus hijos, con los discípulos de su Hijo. La liturgia del Adviento evoca, alternativamente, dos venidas del Señor: la histórica, por su nacimiento hace más de veinte siglos, en Belén, rodeado de pobreza y humildad; y la escatológica, cuando vuelva para juzgar a vivos y muertos. Entre ambas venidas, el Señor nos sigue visitando para invitarnos a emprender una vida de mayor intimidad con Él, que está llamando siempre a nuestra puerta. María ejerce las funciones maternales que el Señor le ha encomendado desde que pronunció el “fiat”.María es Madre piadosa e intercesora ,y el dogma de la Inmaculada es el anuncio del plan que Dios se propuso realizar como creación nueva que tanto nos afecta; porque el mensaje de esta fiesta es la gozosa noticia de que vamos a ser sanados desde las mismas raíces de nuestra débil naturaleza pecadora. Lo que María, glorificada en cuerpo y alma ya es, espera serlo un día la Iglesia(LG, 63). La Inmaculada Concepción de María, lo mismo que su gloriosa Asunción, sin duda , se fundamenta en la maternidad divina. María fue elegida por Dios para ser Madre del Verbo Encarnado.
El período del Adviento es tiempo de vigilante espera y de hambre espiritual que sólo Dios puede saciar. Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de dos momentos históricos: la Encarnación de Cristo, que nos diviniza, y la parusía, que lleva esta obra a su total cumplimiento. El cristiano vigila y espera en compañía de María Inmaculada la venida del Señor. María quiere configurarnos con su Hijo en el molde de su Corazón.
El dogma católico definido por Pío IX el 8 de diciembre de 1.854, enseña que María fue exenta de la esclavitud del pecado original. Nosotros fuimos concebidos con esta mancha heredada de Adán y Eva. El Bautismo nos purificó del pecado original aunque no nos libró del pecado. El Adviento estimula y alienta nuestra conversión interior. Y este es el mensaje de María Inmaculada, que nos transmite los deseos de su Hijo. Ella nos dice sin cesar: ”Haced lo que Él os diga”.