Cartas al director

entre todos la mataron y ella sola se murió

n  n  n Benjamin Constant, el creador de la concepción del “cuarto poder” a principios del XIX: “con su poder neutro”, “augusto poderío de la realeza”, “que en cuanto el peligro se anuncia, le pone término por vías legales constitucionales”, y cincuenta años después, Prévost-Paradol, que desarrolla, incluso entiendo yo, vulgariza la teoría del árbitro: “colocado por encima de los partidos no teniendo nada que esperar o temer de sus rivalidades o vicisitudes, su único interés como primer deber es observar con vigilancia el juego de la máquina política con el fin de prevenir todo grave desorden”. En España, el artículo 56 de la Constitución se refiere al aspecto concreto de la función de reinar, que es arbitar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones, a distancia de los acontecimientos pero por encima de ellos como quería Constant, pero no desinteresado de cuanto importante ocurra en el país. Árbitro que ha de ingeniárselas, en los casos de situaciones límites que el legislador ni ha previsto ni humanamente pudo prever. Llamado a calmar los conflictos políticos que puedan ocurrir entre las instituciones, si con ello evita la intervención del Tribunal Constitucional y de la Fiscalía. 
He aquí la difícil y trascendental obligación del rey al ser concebido constitucionalmente como árbitro. Algo tan trascendental que a mi juicio se está echando en falta en la actual situación.
Los comentaristas franceses mantienen la misma tesis sobre la función arbitral del presidente de la República. Me comentaba precisamente un amigo galo en pleno magosto, castañero entiéndase, no político, que gravita en su país considerablemente el mal recuerdo de Albert Lebrun, aquel último jefe de Estado de la III República que permaneció mudo y paralizado mientras Francia era obligada a arrodillarse ante Adolf Hitler. Lebrun alegaba, en tan dramático momento, que no quería extralimitarse en su papel constitucional. 
Visto el esperpento nacional en el que nos encontramos desgraciadamente sumidos a todos los niveles, no estaría de más retomar la senda de la moderación y del arbitraje, para solventar algunos de los acuciantes problemas que presenta el país, aunque me temo que ya es demasiado tarde.
De lo contrario está dando la triste impresión de que entre todos la mataron y ella sola se murió.