Cartas al director

El ritmo de un recuerdo

Extraño artilugio,
me rompes la oreja,
cuando me levante,
te pondré una queja….

Esta estrofa formaba parte de una inocente poesía que hice con 9 años a ese aparatillo incordiante al que bautizaron como despertador. Tenía un ritmo peculiar, no sé si entre el himno de la legión o el cacareo de una gallina, en cualquier caso, era una gallina con entrenamiento militar, y a golpe de esa salsa me levantaba yo para afrontar cinco duras horas de clase.
Pero esas horas no eran lo peor, de hecho forman parte de la caja bailarina, esa que guarda mis recuerdos más preciados, esa a la que el viento brinda una sonrisa.
Sin embargo, Pandora y sus embrujos alojan el otro hemisferio, ese trepidante circuito desenfrenado para llegar… Llegar al colegio, llegar al entrenamiento, llegar al 5, superar el 8, merecer el 10. Deberes incomprensibles, después de 8 horas laborables, deportes competitivos que llevan a morder el polvo y acariciar la gloria. Números entrelazados, partidos, adheridos y copiados, cero sumado a uno, para darle vida y convertirlo en algo, pero el cero es uno, un ente redondo que no vale nada, y lo dice todo, al que todos temen, y al que algunos aman, si le dan la vuelta, el todo es la nada, el 10 es el sueño, la meta alcanzada… 
Y al final, suicidio, la soga del cero, al cansancio unido, ha parido un 1, cayendo al abismo.