vigo

Tom Jones, en el medio de cuarenta años

Tom Jones en una actuación
photo_camera Tom Jones en una actuación

Nova Olimpia había colocado en su escenario a lo mejor del pop nacional, pero un artista internacional de la categoría de Tom Jones ya eran divinas palabras

En mayo de 1975, tiempo en que Alejandro Fernández Figueroa era uno de los personajes más conocidos del Vigo mundano gracias a su gigantesca discoteca Nova Olimpia que no tenía parangón en todo el norte del país, yo me iniciaba en esto del periodismo, recién incorporado a la redacción de “El Pueblo Gallego”,  en los difíciles tiempos del ocaso de la dictadura, cuando Franco entró en barrena y comenzó a morirse a principios del mes de noviembre de aquel año y así estuvo el muy bandido hasta finales en que se murió dejándolo todo, -como ratificó ante las cámaras de televisión el presidente Arias Navarro- “atado y bien atado”.

Afortunadamente o no  lo ató todo como Dios manda o se le deshicieron los nudos, porque nada más bajar Paco a la huesa, Arias salió por la ventana, la herencia que dejó escrita allí se quedó, y con él en el Valle de los Caídos, las cosas circularon por otros derroteros que configuran una historia intensa, dolorosa, rotunda pero sin duda fértil y esperanzada. Es también el tiempo que ha tardado un sujeto que a mí me pareció, visto en plano corto, un minero en día de asueto llamado Tom Jones, en volver a esta ciudad. 
Al tigre de Gales, -llamado en realidad Thomas Woodward y apodado como el protagonista que da nombre a la estupenda novela de Henry Fielding cuya lectura recomiendo encarecidamente- lo traerá en los próximos días a Vigo tras cuarenta y cinco años de ausencia que se dice pronto, el equipo municipal de Abel Caballero. Aquella primera visita de la que yo fui testigo, la organizó Alejandro al que no se le ponía ninguna cosa por delante. A mayo de 1975, poco meses antes de que Cecilia se dejara la vida en la carretera a la altura del pueblo zamorano de Colinas de Trasmonte, viniendo precisamente de cantar en el escenario de Nova Olimpia durante todo aquel trágico fin de semana, (también estaba yo a allí vaya por Dios) la ciudad entera abrió la boca sorprendida por el anuncio de una actuación de fama universal. Nova Olimpia había colocado en su escenario y seguiría colocando durante años posteriores, a lo mejor del pop nacional desde Massiel a Juan Pardo, desde las Grecas a Rocio Jurado y desde Peret a Georgie Dan pero un artista internacional de la categoría de Tom Jones ya eran divinas palabras. Como tenía y mantuve durante mucho tiempo una buena amistad con Alejandro Fernández Figueroa y su gente, y como Alejandro era un anfitrión de primera división, allí estuve durante la actuación de aquel que, junto a Catherine Zeta Jones, Gareth Bale, Anthony Hopkins, Richard Burton, Dylan Thomas y Bertran Rusell constituyen la pandilla galesa más representativa de la historia. Tom Jones es, según el ranking de preferencias de sus paisanos, quien ocupa el primer lugar.
Apenas guardo recuerdo de aquel encuentro aunque en mi memoria se dibuja la inequívoca figura de un tipo corpulento, con cuello de toro, pechazo cumplido y grandes patilla rizadas. Gracias a la amabilidad de mi anfitrión, compartí con el cantante una cerveza e hilamos una conversación en términos bastante grotescos porque yo no soy William Shakespeare y Jones… pues tampoco. En realidad, el acento galés crudo y gutural como la personalidad de los habitantes de esa especie de apéndice combado de rugosa costa atlántica que le sale al Reino Unido al sur del canal de San Jorge, propone grandes dificultades de entendimiento, pero recuerdo que aquel hombretón de cabello ensortijado y manos grandes, fue un tipo simpático con el que hablé de música, de cerveza y de “Is not unusual”, la canción que le había otorgado la fama y una de las piezas más duraderas y persistentes de la historia, aunque en aquellos momentos su hit era “Delilah” por el que hoy le habrían detenido como abierto incitador a la violencia de género.
Alejandro me confesó en su momento, que traer a Tom Jones le había costado dos millones y medio de pesetas en números redondos, una fortuna que solo un tío rumboso y negociador avispado como él se podía permitir. Pues ahí estuvimos todos.n

Te puede interesar