Usos y costumbres veraniegos

El hotelito en la playa

El hotel de playa perfecto es una quimera. Existen hoteles perfectos y playas perfectas, pero el mejor hotel de playa se llama toalla de rayas y tienes que llevártelo a casa al anochecer. Los ves tan bonitos en las fotos de Internet y después, qué rápidas son las ratas cuando se conocen mejor que tu el campo de juego. 

QUÉ QUIERES
Mucha gente no sabe qué quiere cuando se pone a buscar un hotel y, meses después de reservarlo, cuando llega el momento de irse de vacaciones, se da cuenta de que no es lo que quería. Por eso es esencial saber qué quieres y posteriormente saber qué te puedes permitir. La única cuestión importante es la segunda, pero si te formulas antes la primera pregunta te sentirás mucho mejor. Además, da igual, puedes elegir entre millones de establecimientos playeros con la tranquilidad de saber que en todos apestará a frito, que es como miden los auténticos turistas la eficacia de un hotel en la orilla del mar. 

PELIGROS
Desconfía de los hoteles de playa con letra pequeña. En Madrid el otro día encontré uno que se anunciaba “con vistas al mar”. El reverso del folleto ponía “de la Tranquilidad” y “dispone usted de un telescopio en su habitación enfocando a la luna”. Y la guinda: “Funciona solo con monedas de 100 pesetas”. 
Cuando viajas al extranjero, asegúrate de que los hoteles que prometen estar junto a la playa lo están realmente. En las vistas de satélite de Google Maps puedes llevarte un buen susto al descubrir que en esos hoteles tan monos del Desierto de Kalahari que te ofrece tu agente de viajes, el mar está increíblemente lejos de tu habitación. O al menos, no lo suficientemente próximo como para ir en camello, que es el transporte más extendido entre los turistas hipsters –podrás distinguirlos de los barbudos camellos por las gafas de pasta-.

LIMPIEZA
Hoy todos los hoteles le han plantado cara a la mugre y cumplen excepcionales protocolos de limpieza, están sometidos a exhaustivos controles de calidad, y siguen estándares de la Unión Europea. Esto quiere decir que casi nadie se molesta en limpiar el baño desde que han descubierto que poner un precinto de “esterilazado” al váter es mucho más económico, que tres de cada cinco turistas son auditores de calidad camuflados, y que todos los productos de limpieza, incluyendo el único realmente eficaz, que es el ambientador, deben llevar el logotipo de la UE. Asegúrate que en el mapa se incluye Grecia.
Sabes que tu habitación está sucia cuando las zapatillas se quedan pegadas y sigues andando varios metros descalzo, y el encargado de mantenimiento te dice que eso, como poco, hay llamar al del parqué para ver si puede levantar los tablones y despegarlas en fábrica. También notarás que tu habitación no está tan impoluta como esperabas si al entrar eres capaz de adivinar el perfume del anterior cliente en menos de treinta segundos, si no sabes si lo de la pared es arte moderno o porquería, o si quedan ingleses rojos como gambas durmiendo borrachos en la ducha. Si es así, antes de despertarlo y llamar a recepción, cierra bien el balcón. Tienen ahora una extraña manía.

ATENCIÓN
Hay dos tipos de personas atendiendo los hoteles. Los que fingen que realmente están felices con tu visita, y hasta crees que no van a poder conciliar el sueño esta noche de la emoción, y los que te perdonan la vida por alquilarte una cama, una ducha, y un puñado de ratones. Cuanto más andrajoso y playero es el hotel, más abunda la segunda especie de recepcionista. Debes andarte con ojo o acabarás llevándole tú las maletas al coche. 
A propósito, si hace mucho que no viajas, ten en cuenta que ahora todo lo debes hacer tu solito. Si paras a poner gasolina, no esperes a que el tipo salga y te llene el depósito, y da gracias si no te hace llenar el tanque a toda la fila. Si paras a comer, lo que prima es el menú autoservicio, donde está muy buena la bollería, siempre y cuando vayas a utilizarla como arma de defensa anti carteristas. Ya no se zurra a los carteristas con el bolso –eso era bastante estúpido porque, a fin de cuentas, lo que ellos quieren es que les des el bolso-, ahora se hace con el extremo de un cruasán de autoservicio. No le des muy fuerte, no vayas a matarlo, porque el cruasán duro no está tipificado como arma blanca aún en España, así que pueden acusarte de asesinato con comida, y eso para la justicia española es un envenenamiento con saña en toda regla, expliques lo que expliques en el juicio.

EL BOTONES
Este chico sólo existe ya en los viejos hoteles de lujo de las grandes ciudades. Se le sigue dejando de propina. Las cadenas más modernas y funcionales han eliminado su figura por considerarla de un clasismo insoportable, casi cercano a la esclavitud, y por su compromiso corporativo con la defensa de la igualdad, el trabajo digno, y contra la explotación o discriminación por razón de traslado a pulso de maletas. Por todo eso y porque, francamente, viene de perlas ahorrarse un sueldo. 

HOTELES FAMILIARES
Peor aún que el hotel donde te tratan como un número cualquiera, es aquel establecimiento en el que te llaman por tu nombre de pila, te tutean, te soban el brazo, y la dueña te pregunta por la mañana mientras te sirve el primer café: “cariño, ¿qué tal has dormido, mi amor?”; que instintivamente le pides que baje la voz, y miras alrededor por si acaso hubiese alguien conocido dispuesto a imaginarse lo peor, y publicarlo cuanto antes en las redes sociales. 
Son esos hoteles tan familiares que el dueño se te sienta en la cama a contarte historias de miedo, los hijos de la directora te roban las llaves del coche y hacen unos trompos a tu salud en las dunas de la playa, y el cocinero te sirve el baicon de su propio plato de desayuno, para que veas que allí no hay engaño ninguno y todo es muy natural. Están bien estos hoteles de playa, porque te incitan a salir corriendo hacia el mar, que al fin y al cabo es a lo que venías. Y sé que da bastante pereza. Sobre todo porque los ayuntamientos con lo recortes ya no cuidan nada, y la playa ahora está perdida de arena. Aunque si no quieres mancharte piensa que el hotel a pie de arena siempre tiene una ventaja: no tiene sentido que bajes a ver la playa si ya puedes verla desde la ventana, mientras te pruebas camisas hawaianas, pones tu propia música, y experimentas con cervezas artesanales.

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