No era habitual que una mujer se convirtiera en alcaldesa, menos aún de una ciudad del tamaño de vigo

Emma: el reto singular de una pionera

Emma González Bermello, hace 10 años, en el Foro  Atlántico.
Emma pasó de un negocio de electrodomésticos con su marido, baladrón, a la alcaldía de vigo.
Tomó posesión como diputada en santiago con un traje gallego. se fue a ap y luego en el fallido proyecto de coalición galega.
Quedará prendida en la memoria colectiva de una ciudad a menudo desmemoriada por su carácter pionero y porque en los compases de la década de los setenta no era habitual que una mujer se convirtiera en alcaldesa, menos aún de una ciudad de las dimensiones de Vigo, y menos todavía en una comunidad como la gallega en las que habitualmente las mujeres mandaban y mucho en el reducido ámbito doméstico pero eran los hombres los que solían proyectar su supuesto poderío en los territorios del exterior.

Pero a ese argumento que predica una ruptura sumamente notoria de los cánones establecidos para la época hay que añadir, sin duda, un suave pero persistente y amplio catálogo de virtudes personales que hicieron de Emma Rosa González Bermello una mujer singular, emprendedora y constante, sorprendente, eficiente y activa, y cuyos desusados métodos convirtieron a un ama de casa que compartía con su marido un negocio de electrodoméstico, en un atractivo argumento político que probablemente incluso a ella misma le costó digerir en un principio. Emma González Bermello se zambulló por sorpresa en un ámbito por demás impropio para su recortado perfil de dama elegante y socialmente considerada en aquel Vigo difícil y desarticulado de los primeros setenta, y salió tan divinamente a flote sin perder un ápice de su encanto personal. Sin quizá pensarlo dos veces y actuando en contra del pronóstico, acabó convertida en la primera alcaldesa de una ciudad gallega y una de las primeras mujeres que empuñaba un bastón municipal en aquel país enredado entre los recovecos aún sin despejar de la Transición. Fue, desde luego, un ejemplo al que hay que considerar y sobre el que, pasados cuarenta años largos y con todo lo que ha pasado bajo los puentes desde entonces, es necesaria reflexionar ampliamente.


Emma González Bermello era, como tantos otros vigueses que han sido y serán a lo largo de una moderna historia viguesa que dura más de dos siglos, ourensana de nacimiento y se afincó joven en una ciudad habituada a que los foráneos se acomoden con cierta facilidad y prestancia a sus reglas. Casada con Jesús Baladrón, que era de estirpe salmantina, se hizo muy pronto un hueco en el tejido social de esta urbe del noroeste de difícil catalogación y lo hizo de un modo muy personal, muy contundente y muy valeroso. El negocio que el matrimonio regentaba en Vigo era floreciente y apreciado, y consistió en una tienda de material electrónico que dio fama, prestigio y dinero y que colocó a la pareja en el mapa ciudadano. Pero lo verdaderamente memorable de esta mujer de perfil suavemente aristocrático y maneras exquisitas fue el propio descubrimiento de una vocación política naciente fraguada en su condición admirablemente liberal y capaz de ir creciendo y asentándose con el tiempo. Y lo que es más admirable es que en lugar de cerrar la puerta, tras la llamada vino la respuesta, el inicio de algo muy nuevo, la pasión y el desafío. Una mujer sin agobios, con una vida feliz y resuelta quiso más. Esa fue su primera grandeza.


Emma González comenzó seguramente por comenzar y por demostrarse a si misma que era capaz de hacer algo más que vender con notable habilidad y aprovechamiento aspiradoras y tocadiscos de alta fidelidad. Pero ese compromiso que adoptó desde un principio y que coincidió con tiempos difíciles y sujetos a un enorme signo de interrogación inmediatamente posteriores a la muerte del Dictador, le proporcionó el desarrollo de una carretera política creciente para la que mostró destreza y un notable conocimiento que brotó espontáneo y con el que fue capaz de demostrar que su irrupción no era efímera ni casual. En aquellos tiempos de la Transición, con el país dando tumbos sin saber a ciencia cierta dónde acabaría todo, la mayor parte de los que pasábamos por ahí no nos preguntábamos por otra cosa que por nuestro propio destino. Emma, no solo se le preguntó sino que se puso con ganas a labrárselo. En 1978 sucedió en la Alcaldía de esta ciudad a mi recordado y hondamente querido Joaquín García Picher, y al mismo tiempo que sentaba plaza como pionera y legitimaba el futuro papel de las mujeres en el ámbito de la administración municipal, se habituaba a la táctica del consenso como figura puente entre los alcaldes nombrados a dedo y los elegidos por sufragio popular.


Duró poco, desbrozó el camino para el triunfo de Soto en las urnas y, una vez acomodada a la singular existencia de los políticos de nuevo cuño creciendo y madurando en la España por fortuna cada vez más democrática, fue una de las primeras mujeres en firmar acta de diputado en el recién concebido Parlamento de Galicia. La hornada de chicas inquietas y dinámicas que graneaba al amparo de las siglas de UCD y junto al irresistible Adolfo Suárez imponían presencia y responsabilidades con su cada vez más necesario trabajo, y allí estuvo la ex alcaldesa para incorporarse a su nueva faceta parlamentaria junto a otras tres diputadas en un incipiente hemiciclo autonómico con aplastante mayoría masculina.


Tomó posesión serena, erguida y ataviada con el traje regional elegantemente bordado y vestido con excepcional dignidad. Luego se marchó a Alianza Popular y acabó sumándose al fallido proyecto de Coalición Galega con el que puso fin a una vida política que ahora, en el momento de su muerte, recobra sentido y ofrece las pinceladas necesarias para entender las múltiples facetas de una mujer audaz e inconformista a la que hoy ya en su ausencia hay que recordar y a la que hay que guardar en la memoria con cariño, gratitud y un profundo y muy merecido respeto.


Se nos ha ido en silencio dejando una estela que no debería perderse. Vigo, aunque uno corra el riesgo de repetirse cuando se marcha uno de los nuestros, también a ella le debe una.n

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