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Concatedral y fortaleza

Fachada principal de la ex Colegiata de Santa María, actual Concatedral de Tui-Vigo.
photo_camera Fachada principal de la ex Colegiata de Santa María, actual Concatedral de Tui-Vigo.

La antigua Colegiata fue destruida por la explosión de un polvorín a finales de marzo de 1813. En su reconstrucción primaron los aspectos funcionales sobre los estéticos, surgiendo un bastión a prueba de bombas

La concatedral es uno de los monumentos más destacados de la ciudad, marcando con su achaparrada silueta el “skyline” vigués. Su robusta sencillez no deja indiferentes a propios ni a extraños, aunque está más que justificada.
El espacio actual de la Colegiata y plaza de la iglesia lo ocupaba hace dos siglos la antigua iglesia de Santa María, de estilo gótico y cuya construcción fue rematada en el año 1403. Era una iglesia vetusta que había sufrido, al igual que el resto de la población, los embates de los numerosos conflictos en que se ha visto envuelta la villa de Vigo, como ejemplifican los incendios sufridos en 1589 de manos del corsario británico Francis Drake, o en 1809 de manos del ejército francés.

En “La ciudad y los días” Álvarez Blázquez narra con detalle el momento en que este templo se vino abajo. Todo ocurrió el 28 de marzo de 1813. Como cada año gentes de Vigo y alrededores se reunían en la iglesia de Santa María para asistir a la solemne función religiosa en conmemoración de la Reconquista. En ese momento tuvo lugar una explosión accidental, volando el repuesto de pólvora del Castillo de San Sebastián. La potencia de la onda expansiva fue tal que conmovió la Colegiata hasta sus cimientos. Las paredes vibraron como síntoma de un próximo desmoronamiento, mientras las autoridades y el resto de vecinos congregados huían precipitadamente. Parece que muchos de ellos no se sintieron a salvo hasta encontrarse fuera del recinto amurallado. Al día siguiente una comisión examinó el edificio, llegando a la conclusión de que debía ser demolido de inmediato. 
El Ayuntamiento solicitó los permisos oportunos para reconstruir el templo, siendo el encargado de proyectar el nuevo espacio el arquitecto santiagués Melchor de Prado y Mariño. De estilo neoclásico, la iglesia tiene una planta basilical dividida en tres naves, con una ornamentación muy sencilla. Destaca especialmente en su diseño, como indica José de Santiago, el grosor de los muros y bóvedas, de dos metros de sillería de granito, que dotan al inmueble de una extraordinaria solidez.  Sin duda la ruina de su antecesora fue determinante a la hora de tomar esta decisión. Las obras se prolongan durante veinte años, durante los cuales el culto religioso se traslada a la desaparecida capilla de la Misericordia.
La nueva Colegiata, sin embargo, no encandiló a todos los vigueses. En 1837, apenas un año después de su apertura, el ayuntamiento encargaba al relojero Juan Agustín Domínguez la talla de un cuadrante solar en la fachada que daba a la calle del Triunfo. La razón no era tanto cronológica como estética, ya que se deseaba decorar ese muro, visible desde las calles Triunfo, Palma y la plaza de la Constitución. El objetivo se cumplió con creces.
Mientras, el párroco davanza en convertir la Concatedral en basílica. El Vaticano decidirá. 

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