mitómanos

El Dios malvado del caos y la guerra

Seth representado en la tumba del faraón Tutmosis III.
photo_camera Seth representado en la tumba del faraón Tutmosis III.

Para los egipcios no había un Dios más temible que Set, con el que  mantuvieron una extraña relación de amor-odio, o más bien de temor respetuoso ante su capacidad para el mal. Set era el Dios del caos, la guerra y el desierto, todo lo que temía el pueblo del Nilo.

Set era tan extraño que ni siquiera contaba con una representación reconocible. Su iconografía es la de un animal desconocido, con rasgos de perro y asno, lo que probablemente fue hecho a propósito por los egipcios por puro temor. No obstante, en algunas ocasiones parece un asno, un hecho importante como se verá más tarde.
La historia de Set (o Seth, como también se le nombra) se inicia cuando Atum-Ra se convierte en el Dios creador al disociar el Ser del No-Ser. Desde la colina primigenia provoca el nacimiento de los dioses del viento y la lluvia, que a su vez engendran a los creadores de la Tierra y el Cielo. Esta pareja, a su vez, alumbra cuatro hijos, Isis, Osiris, Neftis y Seth, que se emparejan entre sí. Pero Seth no puede tener hijos y su esposa y hermana Neftis lo logra con Osiris, y de ahí nace Annubis, el Dios chacal que acompaña a los muertos al inframundo. Seth recela de sus hermanos y logra matar a Osiris, quien resucita gracias a la magia de Isis, que concibe a Horus. Osiris se convierte en Dios del inframundo, y su hijo comienza una guerra con su tío Seth que se prolonga durante siglos y que finaliza con la victoria de Horus, que se corona como primer faraón de Egipto, la Tierra Negra y fértil. Seth es desterrado al desierto, la Tierra Roja, estéril, y convertido en la representación de la guerra y sobre todo el caos, que era lo que más temían los egipcios. En su mundo, lo importante era preservar el Maat, el concepto del equilibrio, la justicia y la verdad, labor encomendada primero al faraón y que luego tratarían de ejercer directamente los sacerdotes, ya en la Dinastía XX, lo que provocaría la anarquía y el fin del Imperio Nuevo. Es decir, el triunfo de Seth.
Durante la mayor parte de la historia egipcia, Seth era considerado un tirano y cruel homicida, el Dios del mal del que había que huir. Con el tiempo se convertiría en el Diablo, con quien comparte enormes características y no por casualidad, sino por la enorme influencia egipcia sobre el judaísmo, el  Islam y por supuesto la doctrina cristiana. 
Fue un concepto que se mantuvo hasta el Imperio Nuevo, en la Dinastía XVIII, y que volvió a partir de la Dinastía XXI. En las dinastías XIX y XX, sin embargo, los faraones se identificaron con la imagen de Seth como Señor de la Guerra y lo elevaron a la altura de Dios principal de Egipto. El padre de Ramsés II llevaba incluso su nombre, Sethy. Y también una de las cuatro divisiones del ejército ramésida. Estas dinastías eran guerreras y su origen se encontraba en el Norte del país, el Delta, en concreto en Avaris, la capital que había sido de los Hicsos, los señores semitas que conquistaron el país durante 200 años. Uno de sus reyes, Apofis, se declaró partidario de Seth, como destructor del antiguo orden y Dios terrible y poderoso. 
Seth volvería a la oscuridad en los últimos años de la civilización egipcia, con una curiosa coda. Durante la fiesta de Horus, el Dios Halcón entraba en su templo subido a su tío Seth, representado como una especie de asno. Los judíos tomaron nota del triunfo de Horus y acabaron profetizando que su propio Mesías también sería recibido a lomos de un burro. Jesús entró así en Jerusalén, a lomos de una borriquilla, un lejano recuerdo de la derrota de Seth.
 

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