Mundo

Con los protagonistas de la historia

Con el primer ministro Takeshita en días turbulentos

En el otoño de 1988, el señor Shinji Sakai, presidente de la agencia japonesa Kyodo, voló a Madrid para sondear conmigo una posible colaboración entre Efe y Kyodo. Había muchas vertientes de colaboración y las exploramos todas. Alternábamos las sesiones de trabajo con las pacientes visitas a los lugares históricos y típicos de la capital. El señor Sakai era incansable fotografiando minuciosamente cada piedra, cada balcón y las fachadas que encontraba interesantes, ya fueran de restaurantes, cafés antiguos o iglesias neoclásicas y por supuesto el Palacio Real. Con el último modelo de Nikon lo registraba todo. En la vertiente negociadora llegamos a la conclusión de que era necesario de que nuestros equipos directivos buscaran las maneras más eficaces para el intercambio directo de noticias internacionales, económicas, financieras y empresariales. Aparte de intensos acuerdos tecnológicos. Carlos Domínguez, redactor de la delegación de Efe en Tokio  y Kazayoshi Hishiki, responsable del Servicio Exterior de Kyodo serían los encargados de preparar los documentos finales, para estudiar y firmar en la próxima primavera durante una visita mía al Japón. Carlos Domínguez hablaba perfectamente japonés, una rareza, lo había aprendido con monjes sintoístas en un monasterio de Kyoto, creo que el mismo había profesado un tiempo como monje, lego o algo parecido.
Acompañado por Miguel Ángel  Aguilar, director de Información, emprendí viaje hacia Tokio a mediados de abril de 1999. El vuelo es largo y para colmo de cansancios hicimos una larguísima escalada, no prevista, en el aeropuerto de Moscú totalmente desangelado a las cuatro de la madrugada. El vuelo sobre Siberia ofrecía un paisaje lunar y un frío mental. No físico. 
El presidente de Kyodo, Shinji Sakai nos dispensó una cálida acogida con un programa tan variado como sugerente, al margen de las horas que dedicaríamos a negociar los acuerdos. Teníamos que ver los cerezos en flor y nos llevaron a un valle situado al oeste de Tokio, desde donde se veía la cumbre nevada del monte Fuji. Espectacular. Los cerezos en flor ofrecían una interminable y bellísima alfombra cromática en la que predominaba el blanco. En aquel cielo luminoso y solar con el monte Fuji nevado al fondo y la coloración de los cerezos, el paisaje resultaba absolutamente suntuoso. Una suntuosidad que se pegaba a la piel de una manera gozosa. Teníamos que pasar la noche en una de los dos hoteles gemelos que se levantaban en una esquina del valle, uno tradicional japonés y otro de tipo europeo. Elegimos el japonés, estábamos en el Japón y no queríamos desairar a la tradición. Creo que por la noche me arrepentí, no tenía costumbre de dormir sobre un tatami clásico, me resultaba demasiado duro. El colchón, si podemos llamarle así, parece que tenía una espesa capa de paja de arroz recubierta por una suave estera de bambú. Nos animó la cena una geisha vestida con floreadas sedas rituales. No pudimos adivinar su edad debido a la densa máscara de maquillaje. Se movía con agilidad y pensamos que sería joven o tenía mucho oficio. Las geishas formaron parte sustancial de la cultura japonesa, aunque ahora se han convertido en reliquias de una tradición antigua. Quedan pocas. La formación es dura y exigente, ya que tienen que aprender el difícil arte de entretener. Bailó, cantó, tocó un instrumento desconocido para nosotros que me sonó a un laúd. Recuerdo que nos aconsejaba disfrutar de la vida porque los esplendores son pasajeros como la flor de los cerezos.
Las dos agencias ofrecimos un cóctel en el hotel New Otani, a la que asistieron responsables de los grandes medios japoneses, así como diplomáticos y empresarios españoles y sudamericanos. Una periodista de Kyodo que había pasado seis años como corresponsal de Kyodo en Argentina me sirvió de traductora y  con su ayuda pude comunicarme  sin problemas con varios periodistas japoneses. Me impresionó hablar con el director de Yomiuri Shimbun, el periódico de mayor tirada del mundo, con catorce millones de ejemplares diarios. Tuve que pronunciar un discurso y la periodista argentina debió traducirlo muy bien porque recibí calurosas felicitaciones de los japoneses.

visita al heredero
Aparte de la firma del convenio, lo más importante de nuestra presencia en Tokio era visitar al príncipe heredero Naruhito y al primer ministro Noboru Takhesita. Pero del despacho del primer ministro llegaban las peores noticias, no podría recibirme porque estaba en el remolino de una turbulencia crisis política, acusado de corrupción y tráfico de influencias. Sakai me dijo que la situación de Takeshita era insostenible, que por eso no me recibía. Nos quedaba Naruhito. La casa imperial tenía fama de avara en facilitar encuentros con importantes miembros la familia imperial, especialmente con el príncipe heredero; el presidente Sakai debió emplearse a fondo para conseguirlo. A primera hora de la tarde del 17 de abril de 1989 acudí con el director de Información Miguel Ángel Aguilar, al palacio de Tsugo para visitar al príncipe heredero.  Esperamos dos minutos en un amplio salón decorado con estilo minimalista japonés y entró un joven y cordialísimo Naruhito, le hicimos infinitas reverencias antes de sentarnos en un esquemático tresillo nipón. Explicamos a su Alteza Imperial –nos aconsejaron que le tratáramos así– lo que era la agencia Efe y que con este viaje buscábamos un mayor intercambio de información entre los dos países a través de la agencia Kyodo. Nos contó que había estado dos veces en España y que le había parecido un país fascinante (el traductor empleó ese calificativo). Había visitado Madrid, Sevilla y Mallorca. La conversación se hizo fácil hablando de los tópicos de ambos pueblos. No había ido a los toros. No dijo la razón, pero comentó que no había ido a los toros; en cambio había visto bailar y cantar flamenco. Los japoneses son muy aficionados a la música flamenca. Adoran la guitarra. Sabíamos que había estudiado en Oxford y que se había doctorado con una tesis sobre el transporte marítimo a través del Támesis en el siglo XVIII. Se sorprendió de que conociéramos ese detalle y nos lo agradeció con una amplia sonrisa. Después de ese gesto de cordialidad fue cuando Miguel Ángel nos sorprendió con una pregunta a mí, a Naruhito y al traductor. Fue poco más o menos así, no recuerdo la literalidad exacta:
- Leo con cierta frecuencia que su Alteza Imperial está en la edad de casarse y que la prensa japonesa le presiona para que busque novia con la que contraer matrimonio y darle un heredero. Sin meterme en sus sentimientos, le comento que nosotros tenemos dos princesas muy guapas y que también están en edad de casarse. Son entre dos y cinco años más jóvenes que su Alteza Imperial. Lo adecuado. El matrimonio del príncipe heredero del Japón con una infanta de España favorecería la amistad entre los dos países.
El príncipe escuchó la traducción al japonés con sonrisa inamovible y dio la siguiente respuesta:
- Conozco a las infantas doña Elena y doña Cristina. He tenido el placer de hablar bastantes veces con ellas. Es cierto que son muy guapas e inteligentes-, no dijo más.
Le hicimos varias inclinaciones de cabeza al despedirnos pronunciando palabras de agradecimiento. Él acentuó la sonrisa y nos dio con firmeza la mano.
Cerré y firmé varios acuerdos con el presidente Sakai, que creíamos enriquecedores para ambas agencias. Tenían particular interés en recibir información y fotografías abundantes de las Olimpiadas de Barcelona. La recibirían.
Para celebrarlo fuimos a comer a un restaurante típico japonés en el que había que descalzarse al entrar, como ocurre en las mezquitas. Lógico, comíamos en un famoso santuario de la comida japonesa. El presidente Sakai y su equipo me explicaron la complicada situación del primer ministro por las sospechas de corrupción y tráfico de influencias, todos eran de la opinión que tendría que dimitir. "Para sobrevivir políticamente en el Gran Partido Liberal, al que pertenece, hay que tener cintura de contorsionista", dijo Sakai. En el partido Liberal hay cinco facciones con instinto fratricida. 
Estaban comentando estas cosas cuando entró un colaborador de Sakai para comunicarle que habían llamado del despacho del primer ministro para decir que el jefe del gobierno recibiría al presidente de Efe, señor Palomares, a las cinco de la tarde. Mire el reloj, faltaba bastante, tenía tiempo de sobra para pasar por el hotel y despejarme con un lavado de cara. Cambiaría la corbata manchada por una salsa aceitosa, aunque creo que no era de aceite.
Ya en su despacho, le expliqué al primer ministro, señor Takeshita, el acuerdo a que habíamos llegado con los de Kyodo; una explicación que le dio pie para un discurso bien hilvanado sobre la importancia de la información para conocerse y hacer negocios. "Del conocimiento -sentenció-, no solo se derivan negocios sino también afectos. Estoy seguro de que los acuerdos a que han llegado tendrán efectos positivos para nuestras dos economías. España y Japón son dos tierras lejanas, pero tenemos sentimientos análogos aunque los expresemos de forma diferente". "La música flamenca -siguió diciendo- tiene aquí entusiastas seguidores, no solo para verla sino también para interpretarla". He tenido la oportunidad de comprobarlo en más de una ocasión. Le pregunté por la crisis que le rodeaba. Se extendió mucho explicándome su inocencia, pero la última frase que me dijo, fue: "No hay que dramatizar los esfuerzos y la lucha para mantenerse en el poder, puede resultar ridículo". Al despedirme, le deseé suerte.n

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