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Liverpool, la ciudad que nunca camina sola

Anfield Road, el campo en el que el Liverpool juega sus partidos como local.
photo_camera Anfield Road, el campo en el que el Liverpool juega sus partidos como local.

El rival del Real Madrid en la final de esta noche en Kiev procede de una urbe que vio nacer a los Beatles, un referente de la música pop de los años 60

Los aviones procedentes del continente que tienen como destino el aeropuerto internacional “John Lennon” desarrollan una ruta que ha de cruzar obligatoriamente el río Mersey y sus impresionantes bancales en cuya orilla este se asienta desde los tiempos del buen rey John –el hermano listo de Ricardo Corazón de León aunque los escritores románticos británicos se empeñaran en todo lo contrario– la ciudad de Liverpool, a la que el monarca concedió en 1207 la Carta real que reconocía precisamente esa condición urbana. El Mersey es un río caudaloso y benéfico, no muy largo –tiene algo más de cien kilómetros desde su nacimiento en Stockport hasta su desembocadura en forma de amplio estuario sobre el mar de Irlanda–, pero es trascendental para esta zona costera del noroeste de Inglaterra hasta el punto de que otorga nombre al nuevo condado que se creó en 1974 desgajado de Lancashire y que acoge hoy una población a ambas orillas del cauce fluvial superior al millón y medio de habitantes.
El gran padre Mersey, navegable en su bahía y elemento clave en el desarrollo económico, social, cultural e histórico de la ciudad desde su fundación, es una de las múltiples señas de identidad que distinguen a un amplio conjunto ciudadano de notable personalidad y apretada y fecunda historia que crece y se multiplica desde su asentamiento primitivo en el litoral.  Ambas orillas permanecen cotidianamente en contacto unidas por dos robustos túneles que transcurren bajo el calado del río, y un permanente servicio de barcos de transporte en superficie que acoge miles de pasajeros en tránsito entre la gran urbe y los núcleos de población asentados al lado oeste –Birkenhead, Wirrall, Kirby o Wallasey– y que se ha convertido también en uno de los reclamos turísticos más apreciados de la ciudad, especialmente porque, en los viejos y buenos tiempos en los que la música juvenil partía de Liverpool para conquistar todo el planeta, una banda local fundada por Gerry Mardsen y bautizada como The Pacemackers   puso en el mercado una balada  que se inspiraba en las horas que los muchachos pasaban en los barcos de línea para trasladarse desde su domicilio en Birkenhead hasta la gran urbe y de vuelta a casa, que titularon como "Ferry cross the Mersey" y que, tras alcanzar el número 1 en los chats británicos y propiciar el fulgurante éxito de aquella pandilla de 'scousers' de libro, se arraigó en la cultura popular de la zona y hoy sirve como música de fondo y reclamo sónico en las oficinas donde se gestiona el tránsito de río y se venden los billetes de sus barcos, situado en el Pier Head, frente al gran edificio coronado por los dos pájaros Liver que dan nombre a la ciudad y que es sin duda el más representativo de toda su hermosa y sólida construcción con claras reminiscencias victorianas.

La huella de la música
Si el Liver Bulding es la construcción más famosa de la ciudad y sus dos torres coronadas por dos hermosos pájaros mitológicos de metal -el macho mira al mar como ejemplo de la vocación navegante de sus ciudadanos y la hembra mira a tierra en actitud protectora–, la música constituye la gran seña de identidad de un amplio entorno urbano sumamente extenso y desperdigado en el que la influencia irlandesa es innegable y tan poderosa que impregna todos sus rincones. El gran referente cultural cuyo recuerdo no solo no ha desaparecido sino que muy al contrario sigue vivo y tan pujante que proporciona una verdadera fortuna anual a las arcas públicas y privadas es, naturalmente, el de los Beatles, hijos preclaros y recordados de Liverpool, como cabeza indiscutible del movimiento cultural y social que se originó en la ciudad en los años 60 y que ha pasado a la posteridad como el 'Merseybeat', de nuevo con el río como referencia y la incontenible fuerza creativa de una generación de músicos autóctonos y sin preparación académica, hijos de la guerra, y dispuestos a cambiar la tradicional intolerancia de las arcaicas costumbres sociales británicas a guitarrazo limpio desde su condición de honrada clase trabajadora. Hoy, el espléndido museo de la ciudad, situado también en el Pier Head que hay que visitar obligatoriamente, guarda una de sus salas más visitadas a la pléyade de grupos musicales que se dieron cita en el Liverpool de los sesenta y que crearon una verdadera revolución con su incomparable sonido, sus armonías y su espléndida inspiración vivificadora que permanece intacta y que ha creado escuela y sentimientos en todas las generaciones de músicos británicos posteriores. Gerry & The Pacemackers, The Searchers, The Big Tree, Cilla Black, The Swinging Blue Jeans, The Scaffold, The Formoust, Billy J. Kramer & The Dakotas, The Merseybeats, Rory Storm & The Hurricans y cientos de formaciones más inundaron el decrépito mercado del disco en el Reino Unido de la década prodigiosa, aunque es necesario aceptar que solo John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, conformando la segunda formación de los Beatles, le han ganado por goleada la batalla al paso del tiempo. De los demás queda su música, un romántico recuerdo nunca sepultado, su influencia y un gigantesco panel que en este museo perpetúa la aventura vital y pasional de todos sus protagonistas en forma de árbol genealógico.
De los Beatles queda todo. La ciudad –que les ha dedicado un museo situado en el espléndido marco urbano del Albert Dock– los adora y añora. Está literalmente impregnada de su recuerdo y su legado mantiene con carácter perenne a la urbe en el mapa del Universo proporcionando de paso un verdadero torrente de libras esterlinas, con sus estaciones turísticas y visitas constantes a los santos lugares guiadas o por libre. La casa de nacimiento de cada uno de sus integrantes, la verja de Strawberry Fields, la larga y espaciosa Penny Lane con sus rincones narrados en la letra de la canción que compuso McCartney -la peluquería de Tony Slavin, la entidad bancaria de la esquina, la rotonda con parada de autobús en medio de la avenida- y también, la intrincada Mathew Street donde permanece en pie una copia exacta de “The Cavern” para regocijo de miles de turistas que descienden sus escaleras para escuchar en vivo y en directo la vieja y adorada música que ya es una religión. Los Beatles tienen varias estatuas conmemorativas en un buen número de calles y esquinas del casco urbano. La más grande es relativamente reciente y se ha instalado igualmente en el Pier Head a la orilla del río. Los cuatro músicos locales, de casi tres metros de altura, aparecen caminando en su apariencia de los primeros tiempos genuinamente liverpulianos cuando eran cuatro chavales perplejos de su propio éxito, de acento gangoso, ademanes desafiantes y sonrisa inmaculada. Miles de visitantes diarios procedentes de todos los rincones del planeta se fotografían hoy en el monumento cantando a voz en cuello “I shaw here standing there”. 

Argumentos culturales
 Pero no todo en esta ciudad está propuesto por los Beatles y su legado. La tercera ciudad de Inglaterra tras Londres y Birmingham, pareja de baile incluyendo una rivalidad feroz y en todos los frentes con la cercana Manchester, cuyos enfrentamientos más enconados se dirimen también en escenarios deportivos, posee elementos históricos, sociales, incluso económicos y políticos y sobre todo culturales, para brillar por si misma con independencia de la influencia poderosa de John, Paul, George y Ringo, sus cuatro hijos más conocidos y admirados cuya presencia es patente incluyendo naturalmente su moderno y bien pertrechado aeropuerto cuajado de gigantescos paneles fotográficos dedicados a ellos. Liverpool es una ciudad sumamente activa y callejera, abierta al mundo como urbe litoral, y capaz de ofrecer al visitante un puñado de argumentos de primera calidad que configuran esos perfiles identitarios y sumamente personales que han ido esculpiendo su carácter desde que, a mediados del siglo XVIII, y gracias al trasporte marítimo y la pujanza de sus almacenes portuarios, sus tinglados de mercancías y sus astilleros,   se convirtió en el primer puerto del país y uno de los más activos y poderosos del continente. En ella, y frente a la estación de trenes de Lime Street, -el primer ferrocarril de la historia unió en 1830 a Liverpool y Manchester– se alza el imponente edificio de Saint George’s Hall en forma de templo griego destinado hoy a foro de cultura, centro cívico y sala de conciertos. Liverpool posee una floreciente universidad, una orquesta sinfónica espléndida, la Royal Liverpool Philarmonic Orchestra –Sir Simon Rattle, uno de los más grandes directores de música actuales es natural de Liverpool y fue uno de sus directores pero también lo ha sido Zubin Metha–, un hipódromo referencial como el de Aintree en el que todos los años se corre la prueba ecuestre de obstáculos por excelencia conocida como el Gran National, la referencial LIPA (la escuela de artes  que ayudó a fundar el propio Paul McCartney) y media docena de estupendos museos desde el Merseyside Maritm Museum –con la maqueta más grande del 'Titanic' existente, en sus vitrinas– hasta una maravillosa sucursal de la  Tate Gallery. Liverpool tiene magnífica oferta comercial, también unos adorables mercadillos callejeros y, a mi juicio, los mejores pubs de Inglaterra. 
De Anfield a la eternidad
La otra seña de identidad que proyecta la ciudad y su entorno al universo mundo y ha pulverizado fronteras es la afición por el fútbol y la pasión extraordinaria con la que se vive y se paladea, aglutinando en este entusiasmo todas las virtudes y todos los sentimientos que caracterizan a los orgullosos y hospitalarios habitantes de la cuenca del Mersey. En muchas ciudades británicas hay dos equipos principales frecuentemente vestidos de rojo uno y de azul el otro, y con raíces y motivaciones completamente diferentes entre ellos. También ocurre en Liverpool, con la particularidad de que las sedes donde juegan el Liverpool FC y el Everton están separadas por unos pocos acres de terreno. El primero en fundarse fue el equipo azul, el Everton, de Goodison Park, con raíz católica y huella irlandesa del que se desgajó un grupo de descontentos encabezados por el patriarca John Houlding, propietario de los terrenos de Anfield donde jugaba el equipo. El conflicto originó un conjunto nuevo al que sus primeros directivos bautizaron como Liverpool FC y al que vistieron con una camiseta dividida en cuatro cuadros azules y blancos enfrentados que se convirtió en roja con pantalones blancos poco después. Fue su carismático e histórico manager Bill Shankly, a sugerencia del también mítico delantero Ian Saint John, quien en los años 60, cambió el calzón primitivo por otro igualmente rojo con las medias a juego, al comprobar que con aquella vestimenta diabólica el equipo daba más miedo.
Acomodarse en la gran grada del fondo en el restaurado legendario estadio de Anfield –la que todo el mundo conoce como 'The Kop'–, cantar el "You’ll never walk alone" a garganta abierta agitando la bufanda cuando el equipo ingresa en el terreno de juego, y vibrar con el ámbito incomparable de un legendario estadio es una experiencia de la que ningún aficionado al fútbol debería sustraerse, aunque el partido sea luego una cataplasma, lo cual, hasta la llegada de Jürgen Klopp al equipo y la contratación de Mohamed Salah, su delantero egipcio, ha sido una tortura frecuente. 
La tonada que acompaña al equipo y que ha terminado por figurar incluso en el escudo de la entidad es en realidad un número de comedia musical –pertenece a la partitura de la obra "Carrousel", muy de moda a finales de los años cuarenta– y también la banda local Gerry & The Pacemakers tiene mucho que ver en ello. Registró una versión pop del viejo número que ya cuenta con una versión incluso de Mario Lanza, que tuvo un gran éxito en la zona y que los hinchas del equipo comenzaron a cantar a coro en las tribunas de Anfield para saludar la presencia del equipo en el verde y darle ánimos en sus encuentros, convirtiendo el grito de la hinchada en un canto de referencia mundial. Cuando el Liverpool se apresta a reverdecer sus momentos de más gloria disputándole al Real Madrid en Kiev la posesión de la gloriosa 'orejona' , el mensaje "you’ll never walk alone" saluda a los aficionados en la verja principal de Anfield, se perpetúa en el escudo de la entidad junto al mitológico pájaro Liver y su laurel en el pico símbolo de la ciudad, y el líder de aquella formación que lo puso de moda, el viejo y querido Gerry Marsden, se sienta todos los días de partido en su localidad de palco en el estadio para disfrutar de su canción al entrar los 'reds' en el terreno de juego. Un tío que era amigo de Gerry en los viejos tiempos me dijo hace años mientras tomábamos una cerveza en el pub The Grapes de Mathew Street, donde los Beatles calentaban motores antes de actuar en el garito contiguo donde comenzaron a hacerse inmortales, que Gerry en su juventud era en realidad hincha del Everton.
El caso es que desde la temporada 2004-2005, el club más laureado del Reino Unido no consigue proclamarse campeón de Europa. El último de los tres equipos continentales que le ha ganado al Real Madrid una final de Copa de Europa –lo hizo en París en 1981– ha sido campeón de Europa en cinco ocasiones y espera volver a serlo hoy a costa de los blancos, aunque el Real Madrid es el club extranjero que más gusta a los hinchas 'scousers' y con el que les gusta compararse. 

La importancia del alimento

 Los de Liverpool tienen ese carácter peculiar, orgulloso y potente que caracteriza a los norteños y muy especialmente a estos ingleses de vocación naval que han cruzado los mares en todo lo que impulsa los vientos, mueve el gasóleo y navega. Su tradición navegante es probablemente su seña de identidad histórica más potente y el agente que ha curtido su original e incomparable forma de ser, incluyendo su propio y característico acento que se advierte incluso para los muchos visitantes que son extranjeros. En el último tercio del siglo XIX, las condiciones de vida en un puerto literalmente tomado por emigrantes en su mayoría de Irlanda y Gales, que aspiraban a encontrar una vida mejor en el Nuevo Continente, eran trágicas, y la población de Liverpool se enfrentaba a epidemias, insalubridad, enfermedades, orfandad, miseria y pasajes de hambruna feroz. Las clases humildes solían consumir un guisote compuesto de carne de cualquier cosa –incluso gatos y perros– acompañada de zanahoria y patatas llamado 'scouse', que había llegado de la mano de tripulantes de barcos suecos y noruegos. La   humilde olla, que durante los periodos más severos debía prescindir de la carne por muy dura que fuera porque no la había, se hizo huésped permanente de las cocinas trabajadoras y los habitantes de Liverpool se convirtieron por esa razón en 'scousers', lo que ha terminado definiendo el carácter de la gente del Mersey incluyendo su peculiar método de expresión, un lenguaje específico caracterizado por   un amplio catálogo de localismos y un cerrado y característico acento. Esos 'scousers' vestidos de rojo que juegan en Anfield y cuyos seguidores atestan cada día de partido los numerosos pubs que circundan el estadio –en realidad el Liverpool de hoy apenas alinea a jugadores ingleses en su formación titular, mucho menos chicos 'scouser' de la cantera, y su propietaria es la compañía de inversiones deportivas Grupo Fenway con sede en Delaware (USA) propietaria a su vez de los Red Sox de Boston que es un club de basebol– van a tratar de hacer historia en Kiev para conquistar un lugar en Europa al que no acceden desde que Rafa Benítez los catapultó a la gloria en aquella final por penaltis de infarto contra un Milan ante el que, en el primer tiempo, perdían por 3-0. 
Si lo consiguen, serán recibidos en la ciudad como héroes, saldrán a todo trapo en la portada del 'Liverpool Echo' y recorrerán sus calles en un autobús descubierto con escalas en la catedral anglicana de ladrillo visto con el romántico cementerio de Saint John a la espalda, o la católica, pagada con dinero irlandés y la mayor iglesia papista existente en el Reino Unido. 
Y si apelamos a tamaños y diversidad étnica, como entrada a su particular Chinatown, la ciudad tiene la mayor puerta china de acceso en todo el continente y muchos sospechan que de Liverpool era Jack el Destripador encarnado en la figura de un comerciante de algodón llamado James Maybrick. Al menos, dos de las cartas mandadas por el victoriano asesino llevaban a Liverpool en su matasellos.
En definitiva, es una ciudad que es imprescindible conocer y gozar –el 'fish and chips' es abadejo de verdad y la cerveza es superior en todas sus artísticas y numerosas tabernas con abundante música en directo–, pero como madridista les ruego esperen a otra ocasión para reverdecer laureles. Eso sí. Si desean organizar despedidas de solteros o de solteras no lo duden. Es, para estas celebraciones, la ciudad líder de Inglaterra. Por algo será.n

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