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La tierra de nadie es estéril

El céltico Maxi Gómez cae entre los malacitanos Lacen e Iturra durante el partido disputado ayer en el estadio de Balaídos.
photo_camera El céltico Maxi Gómez cae entre los malacitanos Lacen e Iturra durante el partido disputado ayer en el estadio de Balaídos.

El Celta, que tiró una hora de posesión estéril, sólo pudo empatar ante el colista y flaquea en su objetivo europeo

La tierra de nadie es un erial. El reino de la nada. El Celta amenaza con vivir en él hasta final de temporada tras no pasar de un empate sin goles ayer ante el colista Málaga, que mereció el punto. El conjunto vigués tiró casi una hora de partido con una apuesta táctica perfectamente controlada por el rival y en la última media, con el partido en ebullición, estuvo más cerca de ganar que de perder, pero pudieron pasar las dos cosas. La séptima plaza sigue a cuatro puntos y la sexta está a seis. Pero el equipo huele a tierra de nadie.
Partido que pone a prueba la capacidad de concentración. Que pone a prueba la voluntad de acudir a la llamada de Balaídos. Que pone a prueba el gusto por el fútbol como espectáculo. Un encuentro de digresiones futbolísticas sobre el campo que invitaban a la digresión mental del espectador, deseoso de encontrar un oasis de buen gusto en medio de un ejercicio táctico voluntarioso de unos, los malagueños,  y de la impotencia creadora de otros, los celestes. Sobre el césped no había clases: el colista ponía tanto como el aspirante a Europa. Un monótono monotono.
Lo más entretenido de los primeros 45 minutos ni tan siquiera sucedió dentro de esos 45 minutos, sino antes. La baja de última hora por lesión de Rubén devolvía a la titularidad a Sergio; y la gripe de Emre Mor devolvía a la convocatoria a Andreu Fontás. Pequeños detalles que sabían a meros entrantes pero que acabaron por convertirse en plato principal al que hincar el diente dada la inanición futbolística posterior.
Porque el Málaga está muerto en vida pero colea con orgullo. José González, su técnico, simplifica: presión alta -una suerte futbolística que se suponía una de las apuestas célticas y ha pasado a convertirse en apuesta para cada rival, acertada las más de las veces- en la salida de balón viguesa y líneas juntas. Con ese plan maniató totalmente el juego celeste, que quedó a expensas de alguna ráfaga de garra de Tucu Hernández en el centro del campo, cuando el balón llegaba hasta tan lejos, o en alguna segunda acción propiciada por la pelea de Maxi en los balones largos. El tiempo iba pasando con fútbol horizontal de los dos centrales celestes y un muy vigilado Lobotka y pases atrás a Sergio para que éste determinase de forma repetida hasta dónde debía y podía arriesgar.
Al menos, ese fúbol insulso no resultaba dañino de cara al marcador porque el Málaga se ha acostumbrado a jugar con la portería rival como una meta inalcanzable. Su producción ofensiva, pese a un par de regalos celestes, se limitó a disparos desde el borde del área desviados. Y si no, aparecía la velocidad de Sergi Gómez como apagafuegos.
Fútbol sin áreas, capacidad defensiva visitante -recurriendo a las faltas siempre que sea preciso- y lentitud con el balón local. No había relato, sólo frases entrecortadas. Todo era tan previsible como que los minutos iban pasando. Y previsiblemente, acabó por llegar el descanso, precedido  de una discusión de Iago Aspas con Miguel Torres. Cuando el moañés discute, el fútbol escasea.
Quiso aumentar el ritmo el Celta tras el parón. Les costó un cuarto de hora que el partido llegase al punto de cocción necesario, algo que sucedió a la hora de juego. Encendió la espita una buena ocasión a balón parado del Málaga, con cabezazo desviado de Luis Hernández. Y el partido se abrió. No creció en calidad en demasía, pero sí en intensidad. Apareció el centro del campo con Tucu de hombre para todo. Y, en consecencia, aparecieron los goleadores célticos: Maxi, por dos veces, en el minuto 62; y Aspas, hasta por dos veces, en los minutos 65, 69 y 71, respondiendo muy bien el meta malacitano Roberto. Por el medio, Unzué quiso colaborar en la aceleración poniendo en el césped a Boyé y Radoja por un voluntarioso Brais y un desacertado Pione.
Europa se escapaba. Se intuía en el ambiente la necesidad de una victoria para encarar el parón competitivo con todas las opciones abiertas. El balón era del Málaga, con un Celta que, una vez más, se sentía mucho más cómodo robando y atacando con velocidad. Y estuvo a punto de dar resultado la nueva apuesta en una carrera por banda derecha de Maxi Gómez, que centró para encontrar totalmente solo a Aspas. El moañés, trastabillado, erró lo impensable.
Con los dos equipos al límite de sus fuerzas, las llegadas en las dos áreas se sucedían. Pudo marcar el Málaga con un balón al palo y el Celta apuró la última con Iago poniendo el balón a Jonny dentro del área, pero un mal control acabó con todas las opciones. Un punto que huele a tierra de nadie.

Celta:
Sergio Álvarez; Hugo Mallo, Sergi Gómez, Facundo Roncaglia, Jonny Castro; Brais Méndez (Nemanja Radoja, min.67) Stanislav Lobotka, Tucu Hernández Pione Sisto (Boyé, min. 67); Maxi Gómez, Iago Aspas.
Málaga:
Roberto; Rosales, Luis Hernández, Ignasi Miquel, Miguel Torres; Success (Keko Gontán, min. 68), Iturra, Lacen (Recio, min. 79), Chory (Lestienne, min. 74); Rolan, En-Nesyri.
Árbitro:
Undiano Mallenco (colegio navarro). Amonestó a Iago Aspas, Hugo Mallo y Jonny por parte del Celta; a Rosales y Miguel Torres por parte del Málaga
Incidencias:
Partido disputado en el estadio de Balaídos ante 17.230 espectadores.

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