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La conquista de Escocia

Aquí estaban acampadas las tropas auxiliares y de caballería.
photo_camera Aquí estaban acampadas las tropas auxiliares y de caballería.

Roma se extendió por África hasta el actual Sudán y por el Este alcanzaría lo que hoy es Irán pero su frontera más extrema la fijaría en el Norte, la actual Escocia. Y no fue el Muro Adriano, sino otra construcción menos conocida.

Al contrario de lo que a menudo se cree, Roma no limitó su dominio en Britania a la actual Inglaterra, sino que llegó a conquistar la totalidad de la isla, hasta su extremo Norte, hoy conocido como Escocia. En torno al año 84, el general Julio Cneo Agricola logró una victoria decisiva sobre todos los pueblos pictos –los caledonios, así llamados por llevar el cuerpo pintado- en los montes Grampianos, en las Highlands. El país quedó por completo sometido ante Roma, que como prueba de su poder, instaló un campamento cerca de la actual Invernes, a orillas del famoso Lago Ness, a miles de kilómetros al Norte de la Urbe. Nunca antes ni después el Imperio Romano llegó tan lejos, ni siquiera en las campañas de Trajano, cuando alcanzaría Mesopotamia. Pero los escoceses se librarían pronto de sus cadenas gracias a los propios romanos. El año 84, poco después de someter a los pictos, el emperador Domiciano, tercero y último de la Dinastía Flavia, llamó a Roma a Agricola. Domiciano, un paranoico convencido de que había conspiraciones por todas partes y un auténtico psicópata, llegó a la conclusión de que el general resultaba un peligro porque su victoria sobre los britanos le había hecho popular. Su éxito le condenó… y liberó a los pictos, que sin Agricola vieron como los romanos poco a poco iban cediendo el terreno conquistado, sin reaccionar. 
Caído Domiciano, asesinado a finales del siglo I, alcanzó el trono otra dinastía, llamada la de los Emperadores Buenos, que inició Nerva. El tercero de ellos, Adriano, levantó el famoso muro, que no era sino una de las barreras que fijaban el límite del Imperio desde el Atlántico hasta Asia, en el límite entre las actuales Inglaterra y Escocia, donde era más fácil la defensa. Eso suponía en la práctica abandonar el Norte, aunque no del todo, porque Roma mantuvo fuertes en el territorio de los pictos. El sucesor de Adriano, Antonino Pio, decidió  fijar los límites donde los había señalado Agricola. Y lo hizo a lo grande, levantando una nueva muralla 160 kilómetros al norte,  desde la Ría de Forth hasta el mar de Irlanda, de 58 kilómetros de longitud. Este nuevo muro no era tan sólido como el de Adriano, pero en absoluto una simple barrera: contaba con 19 fuertes y durante al menos los siguientes 20 años cumplió su labor. Tras fallecer Antonino, fue abandonado, volviendo el Imperio al límite de Adriano, aunque todavía con algunos puntos de defensa que eran atacados por los pictos. Esto llevó a un último esfuerzo, ya con la Dinastía Severa, a principios del siglo III. Septimio Severo ordenó instalar una legión en la Muralla de Antonino y reparar la totalidad de su perímetro. Funcionó durante algún tiempo más, en el que la mayor parte de Britannia siguió bajo yugo romano, hasta que dos siglos más tarde el Imperio abandonó la isla para siempre. 
Paradójicamente, el Gobierno escocés, heredero directo de los antiguos pictos, se preocupó y mucho por conservar los restos de la antigua Muralla Antonino, en tiempo símbolo de la opresión de los caledonios, y logró  apoyo de su Parlamento para la candidatura a la Unesco, en el apartado de  Patrimonio de la Humanidad como parte de las Fronteras del Imperio Romano. Obtuvo el reconocimiento en 2005.

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