PESCA DE ANGULA EN EL BAIXO MIÑO

Angulas del Miño, una delicatessen en aguas internacionales

Las angulas reciben tratamiento artesanal en un vivero de Goián.
photo_camera Las angulas reciben tratamiento artesanal en un vivero de Goián.

Entre Tomiño, Rosal y A Guarda el Miño se dibuja hermoso; desde Goián, aguas arriba, hasta Tui, o hacia la desembocadura en Camposantos, al sentir de las mareas y la luna, más de un centenar de embarcaciones buscan la preciada angula, 

De día el paraje es hermoso, lo sabemos; de noche, casas unifamiliares, bodegas de sona, un territorio fértil, el jardín -dicen- del Baixo Miño, visto desde el coche, la sensación es muy distinta.
A la espera del marinero. El asador se dice llamar las Brasas, en O Rosal (Pontevedra). Hombres a pie de barra enfilan sus copas, debaten la compra de unos bogavantes para la próxima sentada, el camarero aconseja.
En el televisor, el Betis acaba de meter un gol al Eibar. 
Marinero, no hay duda. nadie va por la vida embutido en un buzo azul oscuro y franjas rojas y blancas, cuello alto desplegable y varios gorros si no tiene motivo. Nada más verlo todos en el bar saben ya a qué va a dedicar el tiempo Fran, esta noche. 

“Vas ir así o río esta noite”
 La actividad de pesca, ahora angula, en enero lamprea y después sable está muy regulada. A las angulas aquí le llaman meixóns, “A outra é unha denominación moi científica”
.   Fran, Francisco Alonso Portela, 29 años, de Tabagón (O Rosal), en la pesca desde hace trece años, “Un día o meu pai me dixo, ou te sacas a competencia mariñeira ou me desfago do tinglao; el xa o deixara por enfermidade”. Competencia mariñeira es la categoría mínima exigible para conducir las embarcaciones, pequeñas planeadoras de poliéster de entre cuatro y cinco metros. La lancha en realidad la había comprado su hermano, hoy profesor de natación en Cataluña, un día lo dejó y él recogió el testigo. Por aquel entonces Fran estudiaba un módulo de electromecánica. 
   Un camino de tierra entre sombras vegetales nos lleva al río, allí hasta la media noche. “Estes postes puxémolos nós”, dice Fran levantando el dedo hacía un punto elevado con luz; el aspecto es sombrío, a duras penas se ven desde allí las barcas. La noche es fría y húmeda, también será larga. No hay embarcadero, y a las lanchas -media docena a la vista- se accede tras superar un terreno de fango que no facilita las cosas. 
   Luces y motores de coche, van llegando los demás pescadores, salen embutidos en buzos luminosos casi propios de una expedición aeronáutica. Se vestirán además un traje de aguas y botas de resinas, si le sumas el salvavidas, es posible que no soportes el peso. Las inspecciones aquí son constantes, “A rajatabla”, dicen, también en cuestiones de seguridad, a un compañero, con los aparejos ya lanzados, dicen que le vieron que el chaleco salvavidas no estaba en condiciones y le hicieron regresar a tierra. Y es que, desde el accidente fatal de hace unos años aguas arriba, las cosas son distintas. Una noche de temporal, justo en la maniobra de dar la vuelta a la red, operación en la que se intercambian las anclas y las boyas, para voltear la red y proceder a la limpieza de las artes, una de ellas quedó amarrada al lateral del barco y éste se dió la vuelta al instante con el marinero al fondo, de nada sirvió el chaleco salvavidas. Estas maniobras se hacen de manera instintiva, en plena oscuridad y a gran rapidez, es el momento -sin duda- de mayor riesgo, aunque viéndolos actuar e intercambiar cuerdas y anclajes todo parece muy fácil. 
   El desplazamiento por el río  es mínimo, apenas dos kilómetros, allí esperamos por los compañeros, en busca de coordenadas de una buena zona. Otros marineros navegan río abajo o hacia arriba varias veces en la noche. 

Bajo el influjo de la luna
Se trabaja según la luna, luna nueva, seis días hacia atrás y seis adelante, ya que ésta influye en las mareas y en las angulas, que surcan el río cuando se hace la noche. Si encuentran en el camino la presencia de aguas procedentes de los embalses, de Frieira, la angula se sumerge en la arena. “Se hai lúa blanca olvídate”, apunta Paulo al llegar, el único marinero que va a faenar esta noche con compañía, la de Mauro, su hijo. Los hay más veteranos, aunque él lleva en el oficio más de treinta años, “incluso de furtivo”. Faena casi a oscuras, dice que las angulas huyen de cualquier atisbo de luz. 
   Fran trabaja también en un astillero en Camposancos, donde ha pedido estos días para poder laborar la campaña, muchos de los marineros profesionales tienen la pesca como una segunda actividad. 
   El río  no es uniforme, por debajo hay canales, que cada marinero ha de sortear para afrontar mejores capturas. La embarcación de Fran Tiene GPS, pero en la de Mauro, más antigua, el referente para saber la altura es una vara, “para darlle aos portugueses nas costas”, dice, entre bromas. 

Aguas internacionales
“Eiquí rixe o edicto presentado pola Comandancia Naval do Miño, e o da Mariña Portuguesa”. Antes se podían dedicar las embarcaciones también a otras actividades no pesqueras el resto del año, ahora no. Al finalizar la temporada los bancos hibernan en dique seco.
   Los portugueses se distinguen por sus barcos de casco de hierro y otro tipo de arte de pesca, no permitido en España. “A lus, a lus pá, anda usté de furtivo, furtivo, voulle denunciare”, entre bromas, jergas propias, voces buscando la complicidad de los compañeros, se pasa la noche. Todos saben dónde está cada uno, incluso sin verse. Bueno, no todos, la picardía existe.
  Desplegadas las artes, es cuestión de esperar, que la fuerza de la marea se frene y ésta inicie su bajada. Se percibe en la ondulación de las aguas, dibujadas en el vértice del aparejo, una especie de pirámide truncanda de 15 metros de largo y paño tupido en el fondo, sin que se oprima al animal. Las angulas tienen que ser entregadas con vida.
   La luna es buena, segundo día después de la luna nueva. Fran pasa cada poco una especie de colador sobre el vértice del aparejo, los primeros lances no son demasiado esperanzadores. entran dudas, una, dos, tres ejemplares cada vez. El animalillo asemeja un espermatozoide con ojos, difícil imaginar que haya podido aventurarse desde el Mar de los Sargazos (Atlántico), como cuentan. La angula se recoge y deposita en un contenedor estanco, los otros peces que quedan en la red son devueltos al agua. Una hora más tarde, “o peixe. volta á rede”. Docena y media, dos docenas, con cada recogida el semblante de Fran semeja si no victorioso, sí más alegre. “Esto non era onte así”, dice. la noche anterior pescó un kilo doscientos. Los animalillos se entrecruzan en el depósito como si fueran nuevamente una masa incorpórea. 
Desprendidos de los buzos los pescadores pasan por caja provistos de cubos de plástico donde están encerrados los minúsculos ejemplares. Los rostros a pesar del esfuerzo, frío y sueño, son de satisfacción. El contador de la empresa pide refuerzos por teléfono, todos superan el kilo por persona y algunos llegan a los dos doscientos. Fran se queda en kilo ochocientos, sus compañeros, Mauro y Paulo alcanzan los dos kilos doscientos, “tiñades que foder o récord, no”.
Sobre el Miño, en esas horas imprecisas, una cortina de niebla se extiende como un manto. 
 

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